DIRECTO El resultado sobre la consulta de la Feria de Sevilla en directo

DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Tenía diez años cuando le dije a mi madre que ese verano quería ir de campamento. Todos mis amigos ya se habían apuntado y no quise ser la única que no participase en la aventura. ¡Y qué aventura! Los días parecían no tener horas porque todo lo queríamos hacer y a nada nos daba tiempo. La risa fue la única música durante esa semana y nosotros hicimos de ella nuestro santo y seña. Ella hizo de la pandilla una hermandad y nosotros, hermanos de distintas madres, juramos que volveríamos al año siguiente. Y así fue, 365 días después ahí estábamos todos. Pero la hermandad de la risa ya no reía tanto. Las carcajadas las sustituyeron otros sonidos y la gran aventura ya no era robarle horas al día, más bien sobrevivir a esa semana para volver pronto a casa. Aquella experiencia no había sido lo mismo que la primera vez y eso generó en nosotros una tremenda desilusión.

Como aquella niña en su primer día de segundo de campamento me senté el miércoles en mi sofá a ver Operación Triunfo. Vale que no es la segunda edición real, que desde 2001 el formato se ha estirado a más no poder, pero como para la mayoría OT 2017 marcó un antes y un después, la edición que arranca ahora es como si fuera la segunda. Concursantes cada vez más jóvenes -nos hacéis viejos antes de tiempo al otro lado de la pantalla- con la ilusión propia del que espera comerse el mundo aparecían ante mis ojos. Un gaditano saleroso, una malagueña con una voz de infarto, una gaditana que emboba cuando canta y un barcelonés que versiona a los Antílopez cuando todos lo hacen con Ariana Grande. Hasta ahí muy bien. Pero, ¿dónde estaba la espontaneidad de Amaia? ¿O las bromas de Roi? ¿Y la dulzura de Aitana? Mirase por donde mirase no las veía.

Es cierto que las comparaciones son odiosas y que juzgar a estos chicos como si fueran sus compañeros de la anterior edición es un tremendo error. Pero es inevitable. Nosotros, ávidos de referentes juveniles a la altura de nuestras circunstancias en la televisión vimos en aquellos chicos nuestro mejor reflejo. Su autenticidad nos enamoró, su espontaneidad nos ganó y todos fuimos Aitana y también lloramos. Está claro que esta edición no va a ser lo mismo. Pero es que nosotros tampoco lo somos, por eso el segundo campamento nunca mola tanto como el primero.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios