Análisis

rogelio rodríguez

Casado pierde el tiempo en Bruselas

El líder del PP perderá músculo -y quizá crédito- si fracasa su pregón de denuncias

Se equivoca Pablo Casado -y también Albert Rivera- con su reiterado discurso catastrofista. Con frecuencia, el catastrofismo produce el mismo resultado que se trata de evitar. El cataclismo político que atenaza las instituciones democráticas y trunca la convivencia no se resuelve sólo con la estrategia de la acusación persistente, por justificada que esté, como es el caso. Los principales partidos de la oposición necesitan la prédica de soluciones consecuentes que persuadan a esa amplia porción del electorado, confuso en su mayoría, en el que anida un sentimiento de desamparo ante los bucaneros que saquean el silo de la Democracia nacida en 1978 y atentan contra la unidad territorial.

El joven líder del PP perderá músculo -y es posible que hasta crédito- si fracasa su pregón de denuncias ante las autoridades comunitarias sobre la supuesta perversidad de los Presupuestos elaborados por el Gobierno de Pedro Sánchez, en comandita con su adjunto in pectore, Pablo Iglesias, comisionado, a su vez, para negociar las subrepticias contrapartidas que recibiría el republicanismo y el separatismo catalán a cambio de su apoyo en el Parlamento. ¿Cree acaso Casado que estas graves aberraciones políticas intranquilizan a Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, y compañía? ¿Por qué dar pie, entonces, a que, encima, los tribunos mediáticos afines al poder okupado te acusen de deslealtad y los tuyos de impericia? Al otro lado de la frontera, la excepcionalidad interna es muy relativa. Ahí está el caso Puigdemont.

No parece que la pringada maquinaria de Bruselas vaya más allá de emitir algunas admoniciones a las farragosas cuentas públicas enviadas por el Ejecutivo español, como ya hiciera con los últimos Presupuestos del Gobierno de Rajoy. El proyecto que, de manera insólita, sellaron Sánchez e Iglesias está adornado de laudable contenido social con el que se pretende enmascarar otras inquietantes intenciones fiscales de probado efecto depresivo, pero el arbitrio de la UE se centrará en que aumentan en cinco décimas (del 1,3 al 1,8 del PIB) la rebaja del déficit comprometida por el Gabinete del PP. Una nimiedad comparado con la propuesta de Italia, que pretende triplicar el suyo. Fuera del tapete comunitario está, incluso, el hecho de que el Gobierno corrija a la baja la previsión de crecimiento y, sin embargo, supedite las cuentas a una muy hipotética mejora de la economía.

Llevar los Presupuestos a Bruselas sin informar al Parlamento es, además de una insultante anomalía, una maniobra de puro marketing. El guiso está en la cocina de España y en la despensa falta el indispensable avío de ERC y del PDdeCAT, éste dispuesto a apagar las colillas sobre el mantel si la Fiscalía no retira las acusaciones por rebelión y sedición contra los políticos presos o, llegado el caso, el Gobierno no adquiere el compromiso de aplicar los correspondientes indultos. Demasiado para el buddy, cuando Sánchez puede prorrogar lo ayer presupuestado y proseguir su impar periplo por el mundo mientras su adjunto Iglesias cuece la nueva Transición. Ahí es nada.

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