Un alto y ya veterano funcionario del Estado (por oposición) me confesaba el otro día su inquietud por que en las próximas elecciones, sobre todo si son generales, su voto de por siempre socialista coincidiría en el arca de Ciudadanos (C's) con el de varios de sus compañeros que hasta ahora votaban al PP. Y añadía que esa circunstancial coincidencia con gente de ideología tan distinta no residía en un cambio meditado de doctrina sino en el profundo desencanto que sienten con el travestido PSOE que encabeza Pedro Sánchez y con el acogotado y mendaz Gobierno de Rajoy, al que también los pensionistas pasarán factura de su engaño.

En esta España política en llamas, el partido de Rivera y Arrimadas parece, de momento, el único ignífugo, aunque las cerillas se les enciendan en los bolsillos en cuanto otea la posibilidad de que le arda el sayo al partido en el Gobierno, algo siempre implícito en la condición de los que huelen de cerca el poder. Su rápido ascenso, hasta casi situarse como principal alternativa, radica en la pérdida de credibilidad de sus principales adversarios, en su virginidad como gobernante y, de manera especial, en su efectista oposición al secesionismo catalán. C's ofrece un ideario hinchado a fuerza de corticoides a izquierda y derecha, pero tiene estética y su dialéctica no espanta. Ha sometido el miedo al qué vendrá que proclaman los populares, cada vez más desabrigados ante la próxima tormenta plebiscitaria.

Las encuestas dicen que, para gran parte del electorado más cálido, el que da y quita gobiernos, Ciudadanos es también el bombero más capaz frente a los incendiarios soberanistas y el patológico populismo de Podemos. Se ha configurado como la opción de consuelo para los que reniegan de la gaviota y la rosa y reclaman medidas contundentes contra la corrupción, ante el sectarismo y una actitud mucho más firme frente a esa izquierda de avieso cuño que celebra las ofensas al jefe del Estado y jalea canciones que injurian al Rey y ensalzan el terrorismo de ETA. Eso que los vasallos del oportunismo más obsceno -los hay incluso bajo techos de noble apariencia- justifican con su cómplice silencio o, los más atrevidos, llaman libertad de expresión en lugar de actos groseros o delictivos.

Ciudadanos sólo ha roto puentes con los secesionistas radicales, pero, por razones aún sin concretar, el sentir de la calle lo ha excluido de esa extraña condescendencia de determinados grupos e instituciones públicas -una especie de complejo plúmbeo- con los que infectan la convivencia democrática. Ocupa el lugar adecuado en un momento oportuno, pero sus recién llegados seguidores comenzarán muy pronto a exigirle que, además de acallar, junto a populares y socialistas de pro, a los voceros del independentismo y a cuantos berrean por una república ad hoc y sin republicanos, al menos de los que reclamaba Azaña, muestre todas sus credenciales y un proyecto creíble para España.

Diecisiete días para la primavera. A ver cómo canta el mirlo.

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