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Vivimos instalados en lo superficial, porque vivimos en la simplificación. De etiquetas. Y no está de más recordarlo ahora que estrenamos curso. No sabemos si es el otoño quien nos trae el Festival de Cine de San Sebastián o viceversa. Pero lo cierto es que la estación arranca con la entrega del Premio Nacional de Cinematografía a la estupenda productora Esther García, de El Deseo, y a partir de ahí iniciamos, como espectadores, una nueva andadura en la que encontraremos numerosos estímulos para los sentidos.

Pero puede que ni el nuevo curso no sea tan excelso como querríamos ni el verano que dejamos atrás fuese tan terrorífico y vacuo como algunos vaticinaron. Recuerdo el artículo de Carlos Boyero al inicio del estío en el que compadecía (porque nos compadecía) a los espectadores que debíamos abordar una cartelera cinematográfica repleta de cine de autor poco menos que de saldo, en espera de la llegada de la temporada alta que ahora, nueve semanas después, se inicia.

Yo fui uno de esos humildes espectadores que, a falta de vacaciones que echarme a la boca, me alimenté estos días y noches de bochorno perenne a base del cine y la televisión "del tiempo". Y resulta que en la pantalla grande, entre junio y septiembre, pude ver títulos como No te preocupes, llegarás lejos a pie, de Gus Van Sant; Happy end, de Michael Haneke; la francesa La número uno; las españolas Jean François y el sentido de la vida, de Sergi Portaballa, Jefe de Sergio Barrejón y En las estrellas de Zoe Berriatúa, ambas protagonizadas por el gran Luis Callejo; la también española Yo la busco, de Sara Gutiérrez; Mary Shelley, de Haifaa Al-Mansour, o Lola Pater con Fanny Ardant. Así hasta 30 títulos más que, en su mayoría con gozo, disfruté en las salas de cine. No hay que hacer tanto, pues, tanto caso de las creencias y etiquetas.

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