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La radio es la radio y la televisión es la televisión. Son dos medios distintos con lenguajes distintos. Pero siquiera una vez al año permítanme que regrese a mi cantinela reivindicando en televisión algún que otro formato de calidad similar al que se emite por las ondas. Me quiero referir en esta columna a Gente despierta, conducido por Carles Mesa en las madrugadas de RNE.

Sin más secreto que la sensatez, la inteligencia, el trabajo bien hecho y los contenidos dirigidos a una audiencia que se presupone inteligente y formada, Gente despierta es lo más parecido a la excelencia radiofónica. Un espacio que cuando no coincide con los programas deportivos, es el más escuchado en su franja.

Pues bien, ¿cuál es el equivalente televisivo a Gente despierta? La respuesta es contundente. Ninguno. Porque los contenidos televisivos están a años luz de los que configuran la escaleta del programa de Mesa, al que acuden como colaboradores fieles figuras como Rosa María Calaf, Elisenda Roca o Xosé Castro. Igualito que Hora punta (que pasaría a ser late show en otoño; igualito que El hormiguero.).

¿Pero qué hemos hecho los teleadictos para sufrir esto? ¿No nos merecemos un programa de la calidad de Gente despierta en nuestras madrugadas? Hablo del tono. De la empatía. Del grado de complicidad. Sí. Sé de sobra que la radio es la radio y la televisión, la televisión. Pero la desproporción es tan enorme que cabría ponerse a buscar un término medio.

Los invitados de Antonio Gárate Oronoz en La hora cultural tienen un perfil parecido a los de Gente despierta. Pero no es lo mismo. Lo de Carles Mesa es más llano, más sosegado y más próximo.

A mi juicio, la televisión está pidiendo a gritos algo así. Charlas y calma en pantalla. Porque ante la ausencia de calidad, muchos de sus potenciales espectadores han huido en tropel.

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