Moncloa ha puesto el acento en el buen clima en la reanudación del diálogo entre el Gobierno y la Generalitat, en que se han tenido puentes entre las dos instituciones y en que se ha puesto en marcha la comisión bilateral que no se reunía desde 2011. Sin embargo, le faltó tiempo a Quim Torra para echar un jarro de agua fría. El president lazó dos andanadas que debieron dejar temblando a Pedro Sánchez, si éste temblara por algo. Dijo el jefe del Ejecutivo catalán que cualquier solución política pasa por la autodeterminación y que no renuncian a ninguna vía para alcanzar la independencia.

Es decir, en dos horas y media hablaron de los recursos de inconstitucionalidad, la situación de los presos -que Torra llamó presos políticos además de ir con el lazo amarillo-, charlaron del 1 de octubre y se supone que del posterior discurso del Rey que tanta algarada provocó en las filas independentistas. Hablaron de todo y el Gobierno español se quedó con lo que más le convenía, la reanudación del trabajo de diferentes comisiones y que se producirá otro encuentro en septiembre que para el Ejecutivo significa recuperación de la normalidad. El problema es que para la Generalitat el acento está en otra parte, en que Torra llevó a La Moncloa el mensaje de que el independentismo no renuncia a ningún objetivo. A ver cómo se come eso con el optimismo.

No es difícil llegar a la conclusión de que lo importante queda aparcado. Torra sabe que Sánchez está obligado a defender la Constitución y se apunta al diálogo y a las comisiones que le proponga, que algún provecho sacará Cataluña de ello; no en autogobierno pero sí en dinero, que falta hace a las arcas de la Generalitat. En cuanto a Sánchez, también consigue un buen negocio vendiendo diálogo y solo diálogo: no da carnaza a sus adversarios pendientes de que se salte la legalidad y se garantiza unos votos en el Parlamento que son fundamentales para mantenerse en el Gobierno. No ha ido mal la cita para ninguno de los dos.