Análisis

Francisco Javier Gutiérrez Juan

Empujando a los músicos

Nuestros cortejos procesionales son un gozo para los sentidos y para el alma. Atraen a personas de todo el mundo. No obstante, estos cortejos convierten la ciudad en un "gratísimo laberinto de fronteras cofradieras" que limita el tránsito de las personas. Pasar de una calle a otra puede convertirse en un reto casi imposible. Si además llevas un carrito con un bebé o sufres cualquier tipo de limitación física, entonces la dificultad se eleva al infinito. La gente pasa de un lado al otro de una cofradía como puede y por donde puede.

Pero, ¿cómo se ve este asunto desde dentro del cortejo? Si eres el músico de una banda, desde luego tienes un problema. En el centro de Sevilla se reúnen decenas de miles de personas. Si la gente no fuera respetuosa las procesiones serían inviables. La inmensa mayoría de la población es educada, respetuosa y solidaria. Pero desgraciadamente, al igual que sólo se necesita un pequeño grano de arroz en un zapato para que uno sienta un dolor insoportable, sólo se necesitan unas cuantas personas para machacar a los músicos.

Cuando la bulla aprieta hay que colocar a los niños músicos en el centro de las bandas, y en la medida de lo posible colocar a los músicos más experimentados en las filas que van en contacto con el público. Se trata de sobrevivir a los pisotones. Pero lo peor es cuando alguien presiona el codo de un músico y hace que el instrumento que lleva le golpee sus labios. Aunque no es lo habitual, en ocasiones he visto músicos sangrando por los labios e instrumentos rotos o abollados.

Medidas como las de limitar el número de personas en una calle o vallar zonas del recorrido de una procesión suponen una pérdida de libertad con respeto a las Semanas Santas del pasado. Pero, sin embargo, hoy en día son medidas imprescindibles por la seguridad de las personas. Cuando los músicos entran en calles valladas es como si entraran en el paraíso… Se acabaron los empujones.

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