Hubo un tiempo en el que las entrevistas a famosos eran carne de prime time en manos de maestros de la seducción televisiva y periodística. Ángel Casas, Jesús Hermida, Julia Otero o Mercedes Milá (que tras ese GH que tanto daño le hizo se ha convertido en una caricatura de sí misma) se llevaban al huerto al protagonista de turno sacándole a menudo de su zona de confort. Eso pasó. Hoy lo más parecido está o extremadamente planificado, como en El hormiguero con Pablo Motos, o en manos de un cantante tan campechano como sexista (que para colmo se vanagloria de ello) o de un ex publicista que busca la carnaza con desesperación. Famosos acorralados en un sofá, famosos cocinando, famosos de aventura (Planeta calleja), famosos en una previamente pactada intimidad (Dos días y una noche). Parecía que ya no quedaba mucho más que rascar en el formato. Pero #0 de Movistar+ ha dado con la peripecia definitiva: situar al protagonista en cuestión en su propio funeral. Este es el punto de partida de El cielo puede esperar que, si bien no es un formato de entrevistas como tal, sí traza un perfil íntimo del protagonista con él de cuerpo presente, figurada y literalmente, ambas.

La última finada (de mentirijilla) fue María Teresa Campos. Si a su reciente ruptura con Edmundo (Bigote) Arrocet le añadimos la intensa vida laboral que ella y sus hijas Terelu y Carmen Borrego tenían en Telecinco (no sólo se ha separado recientemente de Bigote, también de Mediaset), nos encontrábamos con la entrega más sensacionalista del programa. Las anteriores fueron más atemporales, pero también merecen la pena, créanme. Aunque con Ana Belén o Wyoming, en la primera tanda, el formato se hizo su hueco, en esta segunda con Cristina Pedroche y la Campos el espacio ha ido más por los derroteros amarillistas. Su pareja rompió con ella por Whatsapp pocos días después de la grabación. Qué momento más inoportuno, tuvo que pensar la periodista. A loscreadores de esta producción les ha venido de perlas para abrirse a un público, digamos, mayoritario... dejémoslo en otro tipo de público.

Con todo, El cielo puede esperar traza un perfil íntimo del muerto que resulta (al menos en apariencia) tan certero o más que el que nos daría una interlocución con el artista. El humor negro y socarrón, mucho más que la sensiblería (aunque hay de todo, lógicamente), es el coprotagonista en la hora completa de duración del programa, con las intervenciones de los distintos invitados al funeral y la alocución desde el limbo del propio fallecido. Se agradece que no caiga en el elogio fácil, pero según sea el enterrado en vida la cosa cambia. En el caso de Bigote, pasó de las lágrimas y el amor eterno al 'hasta luegui' por Whatsapp.

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