El Papa muestra a la Iglesia como madre fecunda desde la alegría de evangelizar. La Iglesia, como mantiene Bergoglio, necesita comprender que "evangelizar supone en la Iglesia la valentía de salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de las injusticias, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las de toda la miseria". Con estas palabras el cardenal Bergoglio se dirigía a sus hermanos antes de ser elegido. Ni que decir tiene que los cardenales y el Espíritu sabían muy bien a quien elegían.

Todo esto se asimila con claridad. El problema viene cuando se intenta poner en práctica porque para una realidad acomodaticia es un tsunami que sacude. La incomprensión y desafecto forman parte de la nómina del que, como él, desea hacer de su vida carne de evangelio.

No son ocurrencias. La raíz está en el evangelio. Basta asomarse a las parábolas de San Lucas para entender que el Año de la Misericordia va más allá de unas fechas. La parábola de la oveja perdida y el salir en su búsqueda dejando las noventa y nueve supone el riesgo de todo un pastor que va presto y con alegría a recuperarla.

El buen samaritano nos recuerda también las periferias de muchos de nuestros inmigrantes y de tantos niños que mueren de hambre. Ante esta tragedia no vale mirar a otro lado. Es preciso llenarse de barro, oler a oveja e implicarse en todas las realidades de injusticias. El hijo pródigo nos conduce a otra periferia más grave aún y nos recuerda los hermanos que marcharon, incluso desertando de la fe, y aquí no caben razonamientos sino rezar mucho para que vuelvan y acogerlos sin preguntar ni siquiera el motivo de su marcha.

Gracias papa Francisco porque, olvidándote de ti mismo, nos das cada día con obras y palabras un chapuzón de evangelio.

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