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La hipérbole como forma de vida. Aunque suene a cliché -algo de lo que tanto queremos huir en esta tierra- la exageración es nuestro mayor rasgo definitorio. Al contar una historia, al hacer referencia al tiempo transcurrido después de un acontecimiento, al hablar del calor y para quejarnos del frío. Somos exagerados por naturaleza y eso se nos nota a leguas, característica que no podemos obviar en ninguna faceta de nuestra vida. Véase el caso de las bodas. Momento importante en la vida de una pareja y acontecimiento extraordinario para aquellos que los rodean -y para sus bolsillos- los casamientos son la exageración en todo su esplendor.

Aplicable a novios e invitados, de un tiempo a esta parte las bodas han pasado de ser un momento en el que compartir felicidad con las mejores galas de las que se dispone en el armario a ser un evento digno de cualquier casa real que se precie. Alrededor de un millar de invitados, fechas cogidas con dos años de antelación, un palacete del siglo XIX para el convite, barra libre de doce horas y barbacoa con paella el día después del enlace. Un día tan especial requiere que cada casa ofrezca lo mejor y lo mejor parece residir en la exageración. Exageración que se contagia entre el resto de tortolitos hasta convertir las bodas en absurdas competiciones a ver quién hace un mayor despliegue mediático para tal acontecimiento. Si Fulano llevó a su boda dos djs, un coro rociero, a Cantores de Híspalis y a la chirigota del Selu, Mengano piensa llamar a Luis Fonsi, Manuel Carrasco y a la Filarmónica de Viena. Vaya a ser que a los invitados les dé por comparar y el recién formado matrimonio no salga muy bien parado. La exageración como garantía de éxito, la hipérbole como baremo del ego.

Eso por no hablar de los invitados, que no sólo lucen sus mejores galas, sino que se colocan atuendos que ni en una pasarela de moda. Mientras mayor sea el grado de acicalamiento, mejor. Aunque eso suponga un desembolso económico descomunal, acabar con muñones por pies, no comer en diez o doce días para embutirse en un vestido y llevar tanto maquillaje que cualquier parecido con el rostro real es pura coincidencia. Luego se extrañarán cuando alguna buena criatura afirme rotundamente que las bodas le producen urticaria. La llamarán exagerada y se hará el silencio.

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