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Hacerse un Serrano y otras golfadas

El líder de Vox se larga con todo pagado y el escándalo de la Faffe no parece un caso aislado de cuatro gatos

Francisco Serrano, en la tribuna del Parlamento andaluz.

Francisco Serrano, en la tribuna del Parlamento andaluz. / EP

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Si Vox te considera un radical, es fácil imaginar la clase de radical que has debido llegar a ser. Eso le sucede al juez Serrano. Y lo peor para este juez es que él, más que un ideólogo siniestro de ideas epatantes, sencillamente se ha convertido en su propia caricatura. Su desprecio a la sentencia de la Manada, despachada con brocha gorda, no es más que el serranismo de siempre pero en una dosis más fuerte. Sus dosis son ya sobredosis. Quizá por eso los suyos consideran que su caso es de Clínica de Desintoxicación Ideológica. El partido ha decidido que se vaya de vacaciones.

A riesgo de incrementar el supuesto malestar del juez y darle motivos para prolongar su baja, conviene decirle la verdad: es un juguete roto. Ha exprimido su biografía de justiciero que llegó a creer que el secreto de su éxito eran las bravatas, provocando risotadas de parroquianos de taberna a ciertas horas de la madrugada, pero eso no es útil en el Parlamento. Serrano se va desanimado –seguramente sin entender por qué ya no le sirve lo que siempre sirvió– después de pretender colar, cinco días después de su post infame, que fue escrito por un colaborador al que han rescatado de las catacumbas para que asuma su culpa. La ultraderechita cobarde.

La baja de Serrano, eso sí, está a la altura de Serrano. O sea, a la bajura. Se va de baja treinta días por sentirse de mal rollo. Claro que darse de baja es una forma de hablar, porque en realidad se da de vagancia. Al delegar el voto esta semana y en los plenos de julio, con un justificante, ya no regresa hasta septiembre. Quizá, en adelante, a esta fórmula se le llame hacerse un Serrano.

En definitiva Serrano añade el abstencionismo laboral al abstencionismo moral. Se larga con todo pagado, los trienios de juez y los réditos de su despacho donde trabaja con una estratagema muy dudosa por cortesía de sus socios. Se comprende que Moreno Bonilla no quiera oír a la oposición hablando de Vox, pero es parte de su equipaje. De Serrano se sabía que era un negacionista ultramontano; y ahora se sabe que además es un cara de mediopelo a cargo del presupuesto.

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Cada vez que alguien dice Faffe, parece que lleve varios güisquis encima. El cerebro tiene su propia fonética, y es un efecto de la acumulación de efes. Faffe suena como si uno saliera del tugurio después de toda la noche de juerga:

–Vete directamente a casa, hombre.

–Faffe.

Estos días pasa por los tribunales Villén, el hombre que mandaba en Faffe en horario laboral y en el puticlub Don Ángelo al caer la tarde. Con lo cual podía decir Faffe por la mañana o por la noche sin equivocarse. Aunque ese puticlub ya ha sido derribado, sigue en pie en la memoria colectiva. Moreno Bonilla abrió la campaña allí, y entonces no parecía más sensato que hablar con una vaca. Ahora es presidente; así que las campañas del futuro quizá serán así. El chófer de Villén ha declarado al juez haber llevado un sobre con dinero en efectivo al puticlub donde su jefe gastó 14.737 euros en una sola noche tirando de tarjeta. A hard this night! Según la Guardia Civil allí gastó más del doble. Tiene hechuras de novela de Bret Easton Ellis o de Irvine Welsh.

Ahora la juez Bolaños –también de baja– ha ordenado investigar a todos los trabajadores de Faffe. A todos. El PP cree que era una central de enchufes… o enchuffes. El Servicio Andaluz de Empleo tendrá que facilitar todos los datos de la selección y contratación. Y seguirán saliendo facturas, de casetas de feria o de rondas en una discoteca.

–Venga, ésta es mía.

–Fenga, Faffe.

De momento el chófer de Villén ha contado al juez que llevaba diariamente al hermano del jefe de Cádiz a Sevilla. Y así vamos. La idea del caso aislado en la Junta, lo que Chaves llamó cuatro golfos, hace tiempo que se quedó para el chascarrillo. Según Bendodo, el PSOE deja 50.000 procedimientos judiciales abiertos en Andalucía. Más que cuatro gatos, con permiso de Lope, esto era la gran gatomaquia. O La Golfomaquia.

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En el Ayuntamiento de Sevilla, los ilustrísimos se suben el sueldo un 40%. Casi parece que en Málaga son modestos al subirse un 20%. Sólo son la mitad de rumbosos. Sin duda todos ellos tienen un gran concepto de sí mismos, y de su trabajo. Eso sí, la decisión de los ilustrísimos de subirse un pico coincide, y ya es mala suerte, con un informe que sitúa en Andalucía los mayores porcentajes de pobreza infantil y adolescente: un 40% de menores de 14 años están en riesgo real de exclusión social, esto es, herederán una vida sin futuro sin poder esperar que el ascensor social de la escuela les lleve a ninguna parte. Hay casualidades que matan… o que avergüenzan.

Una de las dos Españas ha de helarte el corazón, y es la España del sur. En definitiva, esa pobreza se cronifica, como constata Cáritas. Empleados precarios que no llegan a fin de mes sin pasar por un comedor social y que pueden acabar excluidos del mercado de la vivienda. En cambio, nuestros ilustrísimos ediles pasan a cobrar sueldos de sesenta, setenta u ochenta mil. Han superado lo que el economista Angus Deaton, premio Nobel, experto en la medición de la pobreza y en salarios, fijó como el salario perfecto. Más allá de esa cota, son una expresión de poder. Es decir, los alcaldes y algunos concejales superan el nivel perfecto, a cambio de gestionar sociedades enquistadas en la imperfección social de la pobreza. Quizá sientan que ellos merecen ganar más para sobrellevar esos dramas con entereza. En fin, en todo esto puede verse una simple coincidencia. También puede verse una simple indecencia.

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