Durante los primeros meses de 2019, tanto Ángel Haro como José Miguel López Catalán se fueron distanciando del criterio marcado por Lorenzo Serra Ferrer y asumiendo las teorías de Quique Setién -desde la falta de un delantero a la necesidad de mantener el estilo o la apuesta por jugadores sin el nivel exigible para el Betis-, un mensaje que guió sus posteriores decisiones y que desembocaron en este Betis 2019-20.
Cuando al finalizar la temporada Haro y Catalán fueron anunciando las salidas de Setién y Serra Ferrer, en el mundo del fútbol, incluso en el ajeno a la realidad del Betis, estas situaciones se entendieron como una temeridad. Tras año y medio de crecimiento, los dirigentes viraron por completo el proyecto y, con el anuncio de una reestructuración del área deportiva, se colocaron en el centro de los focos, pese a ese desconocimiento que ellos mismos habían reconocido en el pasado.
Si el comienzo liguero ya dejó entrever el grave error cometido, y que incluso aumentó con esas furtivas llamadas al entorno del cántabro, el inicio de 2020 ha puesto a Haro y Catalán ante su cruda realidad. El Betis aparece hoy alejado de su objetivo europeo y mirando de reojo a los equipos que vienen por detrás en la clasificación, y, mientras los dirigentes buscan soluciones -medidas de distracción- para sus errores del pasado, la afición bética ya ha vuelto a dictar sentencia. Si el año pasado señaló a Setién en esa caída del equipo, ahora ha puesto al palco en la diana. O más bien Haro y Catalán, en una muestra más de su impericia a la hora de tomar decisiones deportivas, quedaron marcados con las decisiones que fueron tomando en el último año.
El Betis de los béticos lo llamaron los dirigentes y todos los que aplaudieron aquel pacto innombrable, pero hoy la entidad verdiblanca vuelve a estar en manos de sus accionistas mayoritarios.
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