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Análisis

juan antonio solís

Héroes y héroes

Los deportistas de élite ya saben cuánto trabajador merece más idolatría que la suya

El encierro forzoso de Sergio Ramos en su lujosa casa con piscina y gimnasio (desafortunado arrebato de ostentación el suyo en las redes con la maldición que nos ha caído) no es el mismo que el del niño que, con la camiseta del ídolo camero enfundada, pena como un lince enjaulado en alguna infravivienda de España. Hasta en las cuarentenas hay clases, claro que las hay. Y no quiero ni imaginar las crónicas del horror que se sucederán, sin luz ni taquígrafos, en esta macabra rutina con tanto delincuente, yonqui violento, maltratador o abusador encerrado entre cuatro paredes. Estremece la suerte de sus acompañantes.

La obligada negación de la libertad tiene sus escalas. Pero hasta el futbolista más corto de miras e insensible (no es el caso del capitán madridista, de cuya labor social bien que me hablan en Unicef) habrá visto ya en un espejo la figura recortada en su justa medida por la gravísima pandemia. Y habrá percibido que por la vida pululan miles y miles de anónimos trabajadores que merecen más idolatría que el deportista con el más dorado palmarés.

No voy a ser yo quien le reste al deporte un ápice de su calado social y mediático, y menos su esencia lúdica en estos días de ceniza que tanto nos hace falta divertirnos un poco. Pero ante el terrorífico contador de infectados, ingresados en la UCI y muertos que encabeza la web de este diario, causa un indisimulado pudor hablar de calendarios inconclusos, de torneos aplazados o de cómo deben mantener la forma física los deportistas de élite con planes a distancia. Sí, la gente agradece esta información de digestión ligera como punto de evasión y respiro. Pero no me negarán que en un decorado tan negro negrísimo, ruboriza mucho seguir hablando de colores.

Por eso me reconforta la vertiente que está tomando la información de esta sección a medida que se desgranan estos días de sorda lucha sin desmayo. Me reconforta que los clubes utilicen el mayúsculo altavoz de sus medios oficiales para concienciar o para tender una mano a los frentes de la batalla más necesitados, sobre todo esa infantería de batas blancas a la que tanto deberemos honrar cuando la historia ponga al Covid-19 en su lugar.

Me reconforta que los jugadores, cuya voz es tenida en cuenta por tantos y tantos en los rincones más recónditos del planeta, se hayan erigido en eficaces portavoces extraoficiales para que el mensaje permeabilice lo más rápido posible y baje la curva de infectados, y que también jueguen el partido más importante de nuestras vidas con las líneas bien juntas y todos a una, bajo iniciativas benéficas de una loable generosidad.

Si hay que jugar en julio con el contrato ya expirado, si hay que posponer o acortar las vacaciones, incluso si hay que rebajarse los sueldos cuando la crisis arroje la crudeza de sus números, esos privilegiados harían bien en recordar que muchos de esos héroes anónimos de uniformes, cascos y batas blancas, cuando todo pase, querrán volver a irse de cañas con los amigos, a irse a la playa con la familia... y a disfrutar con las victorias de sus héroes de ficción.

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