Está siendo una Semana Santa sin antifaces que cubran la cara pero más anónima que nunca. Estaciones de penitencia aferrados a una foto, a un pensar dónde estaría ahora la cofradía, y a un silencio en la casa que ya quisieran muchos nazarenos en algunas de las calles por las que transitan para poder hacer mejor su estación.

Mucho silencio y mucho anonimato. Esta Semana Santa del 2020 ha vuelto a poner en primer plano también la importancia -para lo bueno y lo malo- de las redes sociales. Se han creado cadenas virales en torno a un vídeo o una foto, frases de 140 caracteres en la red del pajarito que son un pregón por su hondura. Pero este Martes Santo quiero poner en primer plano a esos héroes del silencio que son nuestros mayores. Esos que ahora llaman personal de alto riesgo por la maldita pandemia.

Ellos, en su inmensa mayoría, no tienen redes sociales. No sabemos cómo viven su Pasión en este confinamiento. Como mucho, se conforman con una llamada de aliento y con oír la voz de hijos y nietos. Y son, estos héroes del silencio en las redes, los que nos legaron la Semana Santa que este año la enfermedad nos robó.

Gracias a ellos nuestra memoria colectiva está echando de menos las emociones que nos enseñaron.

Cuando todo esto pase, que pasará, volverán a ir a su hermandad muchas tardes y el día de salida de la cofradía se sentarán juntos en el banco de la sabiduría para contemplar la fuerza del legado que nos trasmitieron. Ya la edad les impedirá vestir la túnica. No harán alardes en las redes de nada de su vida y seguirán en silencio transmitiendo enseñanzas. Alguno a los que quiero rendir homenaje seguro que vivieron aquella Semana Santa de 1933 en la que la epidemia del odio también nos dejó sin cofradías. Pero ninguno nos la contó en Facebook ni Twitter. En estos héroes del silencio de la vida de las cofradías perdura la tolerancia y la pureza de la Semana Santa de Sevilla.

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