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Resulta chocante que Sánchez esté impasible ante los avances de Podemos en el Gobierno. No se entiende muy bien que el presidente se quede quieto mientras los ministros de Podemos toman decisiones que chocan con lo que defendía el PSOE, pero sobre todo que se disguste ante asuntos que provocan rechazo en la izquierda. Por ejemplo, que Iglesias diga ahora que no respalda el límite de mandatos de los altos cargos, ni su número ni sus sueldos. Atrás ha quedado la promesa de que los salarios de sus cargos en ningún caso superarían tres veces el salario mínimo y que el resto debería destinarse al partido.

Eran tiempos en los que Iglesias y Echenique eran eurodiputados y podía sumar cada uno una cifra cercana a 10.000 euros mensuales. Se supone que cumplieron las normas del partido, aunque nunca mostraron documentos, y Echenique provocó un malestar generalizado cuando se supo que sólo pagaba 300 euros mensuales al hombre que lo asistía y no le había dado de alta en la Seguridad Social. Los podemitas demuestran que, pese a lo que pregonan, les gusta contar con buenos ingresos y llevar una vida de burgueses.

Sin que Sánchez haya tenido un gesto de contrariedad, avanza Iglesias en áreas de influencia que recuerdan el día en que, mientras el Rey despachaba con el socialista por la investidura -hace tres años-, Iglesias exigía ministerios relevantes, además del CNI y RTVE. Sánchez no hizo ni caso y se convocaron elecciones, que ganó Rajoy.

Hoy, Iglesias ha conseguido un inmenso poder a base de sonrisas, compadreo con el presidente y golpecitos en la espalda. Ha colocado a toda su gente con estupendos salarios y sus ministros aprueban lo que les parece oportuno sin respetar el programa electoral del PSOE. Y Sánchez ni se inmuta.

Como nada de lo que pasa por la cabeza del presidente es a humo de pajas, sólo cabe pensar que Sánchez está a la espera de que Iglesias se estrelle. Éste está encantado con su condición de gobernante. Y no renunciaría ni harto de vino.

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