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El consejero de Presidencia y el presidente de la Junta en funciones, Elías Bendodo y Juanma Moreno.

El consejero de Presidencia y el presidente de la Junta en funciones, Elías Bendodo y Juanma Moreno. / Antonio Pizarro

Hoy Juanma Moreno, ante los verdes campos del edén de Wimbledon, donde asiste desde la Royal Box al homenaje a Santana que el torneo brinda al gran campeón en representación de los andaluces por invitación de su viuda –cuidado con los selfis– tendrá minutos para el sosiego en los que meditar sobre el sudoku de su nuevo Gobierno. Al presidente andaluz, después de su gran victoria, no le esperaba la paz, sino un puñado de problemas. Claro que serían peores sin mayoría absoluta; pero los 58 son un pasaporte al poder, no al paraíso. Nunca es eso.

En esa pista central hay un dintel donde los jugadores leen al salir aquellos versos de Rudjard Kipling que aconseja tratar del mismo modo al triunfo y a la derrota, pues ambos son dos impostores. Eso puede resultar desconcertante; la política sólo se entiende la lógica de la victoria, y tanto más si es una gran victoria. Pero días atrás Pedro Sánchez citaba a Saramago en el Congreso recordando que ni las victorias ni las derrotas son definitivas. Y así es. La victoria sólo es un salvoconducto temporal al poder, y enseguida empiezan nuevas batallas, con los derrotados de nuevo en la pelea lógica por rehacerse: Juan EspadasMacarena OlonaInma Nieto Teresa Rodríguez ya están peleando 2026. El propio Moreno sabe bien que el arte de las victorias, según ilustraba Bolívar, se aprende en las derrotas.

En los verdes campos del edén se encuentra la paz pero, como se lamentaba Eugene O'Neill,  en realidad hay que morirse para experimentarla. Al presidente andaluz, después de esa gran victoria del 19-J, le esperaba una trama de líos. Al cabo, como él ha mencionado alguna vez: no se obtiene el poder, sino la responsabilidad del poder. Detrás de los muros de San Telmo, las mieles a menudo son hieles. Ahora el proceso pasa por diseñar la estructura lógica del Gobierno, antes de abordar la administración periférica. Estos días procuraba el presidente hacer entender que la estructura es primero y después se le ponen nombres. A pesar de la pasión periodística de las quinielas –¿de verdad alguien cree que ser el primero en publicar el o la titular de Agricultura da un blasón de prestigio?– lo interesante no es tanto el fulanismo, que siempre amenaza el talento como intuyeron Unamuno o Madariaga, sino la arquitectura. Claro que hay presiones, gente postulándose con descaro, movimientos en la oscuridad, globos sonda para quemar competidores, especulaciones insidiosas, en definitiva un ruido molesto y a ratos seguramente perturbador... pero los nombres, la paridad, las familias o los territorios van después.

Las consejerías han de crecer, porque en 2019 se les fue la mano estrechando el gabinete. Nadie tendrá una vicepresidencia desproporcionada como tuvo Juan Marín, con Justicia, Administración Local, Regeneración y además Turismo, y hay casos como medio Ambiente que reclaman otro concepto. En la auditoría acelerada para reorganizar de un modo más eficiente el gabinete, la primera dificultad será relevar a Elías Bendodo.

    Todo sería más sencillo para Juanma Moreno de no haber perdido a Elías. De hecho, lo ha perdido por ser un valor al alza en el PP, con una evolución formidable en los tres últimos años, y porque Moreno es el alter ego de Feijóo, el primer barón del partido en el eje gallego-andaluz que pilotó la transición postcasadista, y por tanto debía estar representado en la cúpula. El problema para Moreno, como alter ego de Feijóo, es haber tenido que sacrificar a su propio alter ego. Un coste alto que hubiera preferido ahorrarse, pero Bendodo supo que era el momento de poner una pica en Madrid. Para el presidente, la clave de bóveda era su consejero de Presidencia, portavoz, controlador del partido, confidente de buenos momentos pero también de malos. Moreno sabe que no hay un Elías II, de modo que el Plan B no pasa por cambiar la pieza.

A Juanma Moreno, es la paradoja, en su momento más dulce le toca asomarse al vértigo y cargar con ese vacío. Seguramente piensa que se ha alterado algo de una lógica indiscutible: si una cosa funciona, no la cambies... Pero las circunstancias han cambiado algo que funcionaba. Elías era algo más que su poli malo; con él conformaba un ticket de éxito. Venía a ser como Alfonso Guerra para Felipe. Bendoo facilitaba a Juanma Moreno proteger su perfil moderado y empático, sin pisar el barro. Desde luego se equivoca quien crea que Moreno es Bambi, como se decía de Zapatero. Ni existe, ni puede existir, un presidente sin colmillos. Un ticket de éxito se distingue precisamente por el desdoblamiento del líder en alguien que puede interpretar su perfil duro.

Nadie es insustituible, pero hay quien no es reemplazable. Habrá consejero de Presidencia previsiblemente separado del portavoz o la portavoz. En efecto, no un Elías II. Éste era capaz de defender el consejo de Gobierno, manejar a los consejeros en el relato, y reservarse un turno para el confrontación con el Gobierno central, modulando la estrategia entre agravios y mensajes políticos. Es un rol, además, en el que ha tenido una evolución poderosa. El Tío del Mazo del primer año, a veces ocultando inseguridades en mandobles ostentóreos, ha terminado por manejar muchos registros. En Génova, donde Moreno echó espolones, le hará falta.

A estas alturas, parece que todo debería discurrir por una alfombra roja después de la mayoría absoluta. Nunca es así. Va de suyo que Juanma Moreno seguirá adelante, como Felipe siguió sin Guerra en un proceso más traumático, pero no será igual. Esto añade incertidumbre a la transición hacia la mayoría absoluta, donde hay que tener mano de hierro con guante de seda a menudo no para protegerte de la oposición, sino también de los tuyos. Y ahí añorará a Elías Bendodo.

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