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Y así se llamaba el yugoslavo que en un injusto partido de desempate privó a la selección española de acudir al Mundial de Cruyff y Beckenbauer. A partir de entonces y cada cuatro años los españoles han sufrido más que gozado con lo que ahora se llama La Roja, afortunado cuño de Luis Aragonés que permite incluso disimular el nombre de España para quienes sufren de llagas al pronunciarlo.

El reality se ha pasado de rosca con el cambio de seleccionador un cuarto de hora antes de empezar todo. Del desastre de La Martona, las depresiones de Santamaría y los temores etarras de los jugadores de la Real Sociedad o los insultos de Clemente a los periodistas por los pasillos de los hoteles nos íbamos enterando a cuentagotas sin sufrir esta sobreexposición que magnifica cualquier esguince, cualquier rictus, como sucede a lo largo del año con estas ligas de perpetuo duelo crepuscular. Las alarmantes pifias de De Gea son habituales en esta serie cuadrienal. Los porteros se agarrotan en los estrenos como ya pasó con Arconada o Zubi, o les sacude una gran caraja previa como le pasó a Cañizares con el tarro de colonia. Hay una excepción: Miguel Ángel en el 78, que finalmente se vio desbordado por la estrechez de planteamientos de Kubala. El Ministerio del Tiempo tiene un gol pendiente con Cardeñosa.

Los guionistas siempre están al quite: cuando más ilusionados estamos siempre aparece un árbitro que lo estropea todo. Recordamos a un tal Bambridge y a Al-Gandhour. Hay antagonistas que parten el sueño por la mitad como Baggio y Zidane y venganzas macabras como la de Van Gaal.

El reality está en marcha y en esta ocasión ha arrancado muy en alto, incluso con el malvado CR7 saliéndose con la suya por primera vez. Sólo en una edición estos Supervivientes llegaron hasta el final y aquella épica nos sigue endulzado la memoria. No hay un reality tan incierto y emocionante como un Mundial. Sin olvidarnos de una plegaria al beato pulpo Paul y a san Naranjito, disfrutemos de la angustia de este programa.

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