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Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

Mejor libre que ocupado

Si algo bueno tiene el conflicto del taxi es que en Cataluña hay al menos un gremio que no cree en el independentismo. La mecha de la protesta ha prendido por toda la península y mientras Torra ejercía de edecán de Puigdemont, sólo le faltaba el abanico, los taxias de su comunidad paralizaban la ciudad de los prodigios. El efecto mariposa ha llegado de Algeciras a Estambul, que es la Barcino del Mediterráneo de Serrat. Los taxistas sí creen en el artículo 155.

Uno de mis mejores amigos ha pertenecido al sector del taxi. La directora del colegio donde estudiaron mis hijos es una religiosa hermana e hija de taxistas. Al gremio del taxi le debemos haber llegado a tiempo a muchos sitios, no perder trenes ni aviones, citas románticas. Siempre hay un taxista desconocido detrás del llanto de la parturienta o de la pareja de recién casados que inician su luna de miel. Han sido nuestros primeros introductores en las ciudades que sólo conocíamos de los mapas y los documentales; psicólogos al volante que interpretan casi siempre, aunque Fernando Savater no tuvo mucha suerte en su último servicio, nuestras ganas de hablar o de permanecer callados.

Sus legítimas reivindicaciones, que pierden su legitimidad cuando vulneran o pisotean la de sus nuevos competidores, proceden de una fuerza gremial digna de encomio y que por eso mismo debería canalizar para derrotar a otros enemigos, éstos alimentados dentro del propio gremio. No he visto nunca esa vehemencia en el sector del taxi para denunciar el monopolio de la mafia de taxistas del aeropuerto de Sevilla, un conflicto que no han sido capaces de resolver en cuarenta años de democracia alcaldes de diferentes partidos políticos. Hay dos temas en Sevilla, la mafia de los taxistas del aeropuerto y el poblado chabolista del Vacie, que ya forman parte de la urdimbre ciudadana, de las inercias de la ponzoña y la abulia administrativa.

Hace unos cuantos años fui testigo de cómo un grupo de taxistas le escondieron la llave del coche a Javier Castroviejo, uno de los impulsores del parque de Doñana, que había ido al aeropuerto a recoger a su suegra. Esa humillación se me ha quedado grabada. El sabio vejado por unos haraganes. Y la recordé al escuchar la dialéctica de matones de un portavoz del taxi de Barcelona que hablaba de incrementar el tono de las protestas, vuelto el daño a los usuarios en un momento crucial de las vacaciones, crucial sobre todo para quienes encuentran trabajo en ese periodo. Se jactaba de que tenían en sus manos la capacidad de paralizar el país. Asusta ese lenguaje. Ya lo hicieron los transportistas en Chile. El monopolio del uso de la violencia que Max Weber atribuía al Ejército iba a pasar a los taxistas. Mejor libre que ocupado.

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