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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Nadar y guardar la ropa. Las caudalosas naderías de Carles Puigdemont le sirven para mantener a flote su pretendida y pretenciosa vitola de exiliado tenaz y procaz, de refinado políticamente finado que se resiste a que se acabe ésta su película, en la que Oriol Junqueras no se conforma con un cameo y que para no ser menos se quiere tirar también en plancha -ya planchado en la cárcel- a esa piscina sin agua de la investidura.

La cosa es obviamente demasiado seria para banalizarla con jueguecitos de palabras, pero el procés empieza a pasar factura a los que desde hace meses nos venimos empachando de pastillas informativas de todos los colores y propiedades. Tanto de la farmacopea indepe (el uso de diminutivos es un buen placebo para la recóndita mala conciencia) como de la botica de la abuela, digo del Estado, no menos alucinógena y también con perversos efectos secundarios.

Es lo que vino después de que a algunos se les quedara cuerpo de jota al ver al Tribunal Constitucional estableciendo medidas cautelares para actos no consumados como la investidura de Puigdemont a raíz de que Rajoy ignorara la recomendación del Consejo de Estado de ahorrarse el (otro) desatino. El siguiente capítulo de esta indigna novela épica y romántica que está escribiendo el independentismo con tanta desfachatez como prosopopeya llegará cuando un juez impida al preso preventivo Jordi Sànchez ser investido por el Parlamento catalán. Y el siguiente, con el presumible varapalo judicial al Estado español por parte del Tribunal de Estrasburgo por vulnerar los derechos de un presunto inocente.

No es plato de buen gusto ni para sus comensales más convencidos, pero este perejil de todas las salsas que es Puigdemont y su séquito de desenfadados que se erigen sin rubor como representantes de un pueblo con menos de la mitad de sus votos le están comiendo la merienda a los legalistas al sur del Ebro con sus sucesivos y simbólicos bocados tacticistas al buen nombre de España.  

Puigdemont, eufórico, sigue nadando sin parar y sin ropa que guardar, desnudo de argumentos. El  desahogado se resiste a ahogarse en la nada y braceara hasta hundirse y le estalle su burbuja nobiliaria para coronarse, al fin, como todo un cero a la izquierda. 

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