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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

En otra de sus sonadas intervenciones, el presidente Trump ha tomado la decisión de bloquear la compra hostil -no solicitada- de Qualcomm por parte de Broadcom. Una operación valorada en 142.000 millones de dólares, la mayor de toda la historia tecnológica. Aunque no lo sepamos, todos nuestros móviles, ya sean de Apple o del resto de marcas que usan Android, funcionan con chips fabricados por Qualcomm. Es una compañía basada en San Diego. Broadcom, por su parte, es fabricante de semiconductores y de otros componentes electrónicos. Originalmente basada en EEUU, movió hace ya años su sede a Singapur.

La decisión de Trump se basa en dos motivos. Primero, que la compañía está establecida legalmente en Singapur, lo que va en contra de las políticas proteccionistas y nacionalistas que el presidente ha puesto en marcha, con los aranceles establecidos sobre el acero y el aluminio como ejemplos recientes. Y segundo, que se teme que Broadcom, al estar basada en Asia, establezca acuerdos con compañías chinas que compitan directamente con las estadounidenses.

Este asunto es especialmente delicado ahora que se está desarrollando la tecnología móvil 5G, que va a representar un enorme avance en las comunicaciones móviles y que se teme sean empresas chinas -especialmente Huawei- las que lideren el desarrollo. EEUU considera que su seguridad nacional puede verse afectada si son empresas chinas las que desarrollan la tecnología.

El asunto no es nuevo. Bush, Clinton y Obama bloquearon la venta de varias empresas a compañías chinas, basándose en el uso militar de las tecnologías que fabricaban.

Estos episodios se están extendiendo por todo el mundo. Empresas estatales o con fuertes vínculos con el gobierno chino, llevan años de compras por el mundo. Inicialmente pasando desapercibidas o visto como una oportunidad para exportar a China, ha pasado a convertirse en una amenaza y obligado a los gobiernos a ponerse en alerta.

Especialmente significativo, es el caso de Alemania. Hace solo unos días que la dirección de Daimler -la matriz de Mercedes- conoció que el fabricante chino de coches Geely, poseía el 10% de la matriz alemana. Ha encendido las alarmas tanto en el mundo corporativo como en el gobierno. La investigación llevada a cabo ha desvelado que Geely diseñó una estrategia para adquirir un volumen creciente de acciones sin levantar sospechas, utilizando derivados y otros productos financieros que hacían imposible conocer los verdaderos propietarios.

En Alemania y otros países ha cambiado la visión acerca de estas inversiones. De considerarlas positivas, porque indirectamente favorecían las exportaciones al gigante asiático, a representar una amenaza para la industria alemana, porque la sospecha que se tiene es que las intenciones chinas pasan por extraer todo el conocimiento tecnológico posible y transferirlos a empresas chinas, permitiéndoles dar un salto cualitativo.

La historia del nacionalismo económico es una sucesión de medidas proteccionistas para salvaguardar las empresas que se consideran estratégicas para el desarrollo económico. Seguiremos viviendo durante muchos años estos episodios, en los que por parte china y norteamericana hay una estrategia clara y por parte europea, ninguna.

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