Análisis

José Ignacio Rufino

Paco y Cristóbal de Tarso

Mientras que el presidente del BBVA habla de promiscuidad y corrupción, Montoro se desdice de uno de sus axiomasLa edad y el retiro o la urgencia catalana nos ofrecen declaraciones inauditas

La conversión de Saulo de Tarso (Hechos 9:1-9) es una pieza bíblica de mucho simbolismo y versatilidad para aplicarla a otros hechos, ya no de los apóstoles sino de la vida diaria y su transcurso en los años. Recordemos: Saulo, enemigo de los seguidores de Cristo, cruel e implacable, es fulminado por un resplandor divino camino de -ahí seguimos sin respiro- Damasco a dar mandobles a los de la Cruz. Tras ser inquirido por el Señor con su luz cegadora sobre el porqué de tal persecución y odio a los cristianos de a pie, queda ciego, mudo e inapetente durante los tres días posteriores. Dios vuelve a aparecerse, esta vez a Ananías, para encomendar a éste que, imponiéndole las manos, haga recuperar la vista a Saulo. Saulo, queriendo humildad y una vez reinterpretada su identidad -Pablo significa "poco", y él además era bajito-, será tan apasionado y vehemente defensor de Cristo como fue su azote. No creo que nadie deba molestarse por trasladar este esquema a personajes públicos de primer orden que, de repente, declaran, ya visionarios, cosas opuestas a lo que practicaron o predicaron.

Sucede con próceres, grandes empresarios o políticos que están ya en el retiro o van de retirada. El caso de Felipe González es paradigmático, hasta el punto que en su gozosa tercera edad es mucho más una estrella del firmamento conservador que un tótem del imaginario de su izquierda originaria: lo venera mucha de la derecha que lo odió en su pana o su ministro de Defensa miope, catalán y pies planos; mientras propuestas suyas, ya jubilado, como la de alargar la vida laboral para sostener el sistema de pensiones, lo han convertido en un renegado para socialistas de carné o de corazón. Esta semana hemos tenido una ración de tarsismo con las declaraciones de Francisco González: le queda un año para sus 75, y ahí fijó su adiós a la presidencia del BBVA: "La relación político-empresario genera corrupción". Lo dice el líder ya histórico del que pasa por ser el banco grande que mejor banca hace para sus clientes (el Santander arrasa en cuanto a su comportamiento en bolsa y sus acciones). El refranero no te deja escapar: "A buenas horas, mangas verdes (o azules)". No sé si los acuerdos renovables o de urgencia entre los gobiernos estrangulados financieramente y la gran banca que han dado liquidez a la tesorería del Estado durante años y años, la comprar obligatoria de deuda pública o la financiación de campañas políticas e incluso las comidas privadas en Moncloa son consideradas "relaciones político-empresario" para González. Quizá era un sapo histórico en su garganta. Y ya se sabe, la edad lo relaja todo.

La semana ha dado otro caso de visión de la luz. Se trata de la también repentina transición hacia la flexibilidad del malo oficial del Consejo de Ministros, Cristóbal Montoro, el que le discute un tique de un sábado a un autónomo o funde la minuta al profesional si se le ocurre cobrar por dar una conferencia o emitir un dictamen fuera de su trabajo en una facultad. En la otra parte de sus funciones, la presupuestaria, ha sido fiel a un lema, siguiendo en registro divino, que reinterpretado dice: "Montoro aprieta, pero no afloja". En lo que supone un giro casi copernicano a sus inflexibilidades con el déficit y la deuda de las comunidades, dice a las claras a Cataluña, sin mencionarla, que podría avenirse a reducir su deuda con el Estado o alargar su plazo, y a ver qué parte de esa deuda -formidable-puede considerarse "infrafinanciación"… y con un apuntillo contable y un apretón de manos, tan amigos: tú menos deudor, yo menos acreedor. Montoro ha visto la luz y hace un gesto. Como hemos dicho siempre, en la base de la cosa identitaria y la cosa callejera, civilizada o repleta de odio, está la pasta.

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