Sobre la decadencia de Sevilla se han vertido ríos de tinta, valga el cliché, nunca mejor traído al tema de hoy. No hay día en el que no nos despachemos con la penúltima chorrada con la que distraer al sevillano de su triste destino. El panorama económico de la ciudad produce más tristeza que la ¿atracción? de los caballitos pony en la feria. En lo que queda de Abengoa, la joya de nuestra industria, como en aquellas familias venidas a menos, se están zurrando por la vajilla, el rosario de la abuela y la cómoda de caoba de la tía Herminia. El futuro de Airbus pende del hilo de las ayudas, como le ocurre a la mayoría de los habitantes de Híspalis. Y así casi todo. Dependemos de un turismo cada día más de chancla y calzona. Está la cosa para irse, que por desgracia es lo que viene haciendo nuestra mejor juventud. La preparada en universidades y no en juventudes políticas, que esta última se viene colocando al calor del partido de turno. No hay baremo ni termómetro socioeconómico capaz de valorar el daño que la emigración de los licenciados va a provocar en el desarrollo venidero de la provincia.

Y mientras todo esto sucede la ciudad permanece adormecida, con todos sus agentes en estado somnoliento ya sea por la subvención, la ayuda pública, la publicidad institucional o ese otro opio del pueblo que es el incienso. Y mucho lúpulo fresquito. Porque en medio de este panorama, noticias como la reapertura de una cervecería de medio pelo llenan las páginas y pantallas de nuestra prensa local como si de la inauguración de la temporada de la ópera de Milán se tratase. Y es que Sevilla está sin pulso. Vive de chorradas paridas de alguna de sus muchas administraciones cual "Ciudad Amiga de la Infancia"; como si por la carencia de ese título fuera uno a ser enemigo de los niños. La última patochada para distracción del personal ocioso ha sido anunciar el proyecto de una tirolina desde la torre Pelli hasta la del Oro, por encima del río. No falta quien, por candidez o por el interés te quiero Andrés, aplaude tamaña gansada.

Servidor no duda que, con las calesitas cerradas, los muchos beduinos de cabalgatas orgullosas y los gritones de vírgenes bajo palio, acudan en chillona emoción al viaje por cable. Al final van a llevar razón los que cacarean eso de que el Guadalquivir es el motor económico de la ciudad. Aunque a uno, por edad, se le viene a la memoria aquel otro momento histórico del pianista suspendido sobre el río desde una grúa, quienes, pianista, piano y grúa fueron a dar la nota bajo el agua al derrumbarse todo aquel bochornoso tinglado. Esto es lo que había y lo que sigue habiendo, señores.

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