Igual que alguno encontró un crucial libro de poesía junto al inodoro y vio así claras todas sus sospechas; toda la pantalla se le ha venido abajo a Puigdemont al captarse sus mensajes desde el teléfono de Comín. Maldito signal, anticaries, habrá pronunciado como mínimo algún desanimado independentista. Sólo el propio filósofo Comín sabe qué porción hubo de despiste y cuánto de deslealtad en sus consultas a la pantalla más divulgada de la historia. El tontaina de Lovaina. Da un poco de grima que estos políticos del procés, tan internautas, avezados, astutos e internacionales, naufraguen en detalles de comedia de final precipitado, como de guionista chungo. No passa res.

El golpe fue imprevisto. El programa de Ana Rosa captó el pantallazo y lanzó la exclusiva en un tema bien alejado de sus habituales primicias negras o tomateras. Un golazo de la matinal, ahora que había cambiado de productora (Unicorn) y alargaba su programa. Un pelotazo inesperado de Telecinco, que en cuestión de informaciones políticas ha solido mantener un perfil bajo.

La competencia tuvo que rendirse al impacto y sin reservas hacerse eco de la agudeza del reportero de Ana Rosa (Luis Navarro se llama, que conste). En estos tiempos de inmediatez conseguir una exclusiva a pulso es bien difícil. O investigas por derecho o te largan una gargantada que parezca una investigación. En este caso sólo ha sido un objetivo bien colocado y un tipo con el móvil demasiado inquieto. La lección para los periodistas: siempre hay que estar ahí, nunca se sabe.

Es noticia, no delito, pontificó el más vivo de toda la pantalla, García Ferreras. La prensa española, manipuladora, con un pantallazo ha tirado de la sábana del fantasma con contundencia. El sainete sigue, proseguirá su cansino devenir histórico. A la espera del siguiente gag que siga hiriendo fatalmente a Cataluña durante lustros.

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