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Después de ver íntegros los Mundiales de Atletismo a través de Teledeporte llego a la misma conclusión que en citas anteriores. Los aires patrioteros de los comentaristas pueden llegar a convertirse en poco menos que insoportables. En Londres no hubo medallas para los españoles, pero no sería por los halagos derramados por los responsables de narrar la competición durante las diez jornadas.

Nunca he logrado entender esa filosofía. Salvo en los deportes de equipo, donde las reglas del juego funcionan a base de partido y resultado, en cualquier disciplina deportiva individual lo que pesa es la hazaña personal. En el tartán, en la piscina, en la pista de hielo o sobre los aparatos de gimnasia vemos a jabatos o jabatas que tras una preparación a veces inhumana, dan lo mejor de sí. Y es verdad que llevan una bandera en la camiseta. Pero no es menos cierto que en un mundo tan globalizado todo es mestizaje. Como demostraron los acentos de los deportistas que compitieron por España en la zona mixta cuando se confesaban con Lourdes García Campos.

Está claro que el objetivo de Teledeporte es la defensa a ultranza del deporte español. Tanto es así, que cuando el canal estuvo a punto desaparecer hace un par de años, la razón de estado fue determinante para que su señal no saltara a la web de la televisión pública. Pero ello no es óbice para que, visto y oído con la frialdad y objetividad de quienes no sentimos esas pulsiones, en tantas ocasiones los comentarios nos parezcan tan desmesurados para lo propio, y lo que es peor, a veces tan hirientes con lo ajeno. Lo peor es que quienes los profieren lo hacen sin darse cuenta. Convencidos de que obran bien. Y otra cosa. El estadio olímpico de Londres, con sus 40.000 gargantas gritando al unísono, a veces, me dio miedo. Sonaba a circo romano, 2017 años después.

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