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Análisis

Fernando Mendoza

Arquitecto

Pintando, pintando... grafitis

Sevilla es una de las ciudades más afectadas por las pintadas en todo su conjunto histórico, sin que se tomen medidas para acabar con ello

Pintadas recientes en una de las columnas de la Alameda de Hércules.

Pintadas recientes en una de las columnas de la Alameda de Hércules. / C.M.

La aparición de pintadas vandálicas en las basas de las recién restauradas Columnas de Hércules, vuelve a traer a colación un tema incómodo y molesto con el que nadie parece alarmarse.

Me refiero al pintarrajeo constante del centro histórico de Sevilla en casi todo su espacio excepto el núcleo turístico. Sobre el papel, el conjunto está protegido, no solo de edificios inadecuados o demoliciones abusivas sino también de la contaminación visual, entendiendo por esto, lo que impide una correcta visualización del patrimonio.

Sin embargo, esta normativa no parece afectar a las pintadas. No estamos hablando de “arte urbano”, de los Keith Haring, Bansky o Basquiat, artistas súper cotizados. Nos referimos a un fenómeno invasivo, con un objetivo tan superfluo como transmitir la superioridad del grafitero y constatar su presencia narcisista en el muro. El grafiti se centra sobre el ego, poner un nombre en tantos lugares como sea posible y tan grande como puedan. Es como un perro orinando por todas partes para dejar su huella. Incluso los artistas urbanos desprecian a los grafiteros como vándalos.

Un paseo por el conjunto histórico de Sevilla nos muestra que la ciudad está pintarrajeada casi en su totalidad con garabatos banales e incomprensibles que, en su mayoría, parecen marcar territorios. No parece importar al Ayuntamiento, las Comisiones de Patrimonio, las asociaciones conservacionistas, los partidos políticos o la ciudadanía. Los propietarios de los edificios puede que las borren una vez. A la siguiente, las dejan. Claro, ellos se resisten a pagar por lo que es una agresión a su edificio. Y así, al no borrarse, las pintadas son acumulativas, van invadiendo fachadas, puertas y cualquier otro elemento urbano. Y no solo eso, dan una imagen de impunidad a los vándalos que refuerzan sus movidas. Hay calles como Escarpín, Santillana u Ortiz de Zúñiga que se encuentran pintarrajeadas en su totalidad, sobre ladrillo, madera, cristal o rejillas metálicas. Fachadas, puertas, zócalos, cajas de registro, nada se libra del garabato.

Nos hemos acostumbrado de tal modo a esta degradación que las pintadas, aunque están ahí, no se ven, no se perciben como la agresión a la ciudad y como no se borran, su efecto se multiplica. Cada vez hay más y más. El pintarrajeo no es un acto de libertad, ni de progresismo. Es dañar una imagen, la imagen de Sevilla que tan querida parece ser a sus ciudadanos.

Ya sabemos que esto es el resultado de una falta de educación cívica de los adolescentes, a los que nadie ha mostrado los efectos perversos de las pintadas sobre la valoración y el respeto a la ciudad ni la diferencia entre arte y vandalismo. También implica la tolerancia de los poderes públicos que no cumplen con sus obligaciones para que no les tachen de represores o reaccionarios.

El artículo 626 del Código Penal español recoge las faltas contra el patrimonio y tipifica los castigos a los que, “deslucieren bienes o inmuebles de dominio público o privado, sin la debida autorización de la Administración o de sus propietarios, siendo castigados con pena de localización permanente de dos a seis días o trabajos en beneficio de la comunidad”. (Ley Orgánica 10, 1995, art. 626). Lo que dispone el Código Penal es que el grafiti es un hecho delictivo cuando afecta al patrimonio urbano. Y más en un Conjunto Histórico-Artístico

Según estadísticas, Madrid gasta anualmente seis millones de euros para limpiar estas intervenciones, Barcelona más de tres millones y medio, Zaragoza más de un millón, Valencia ochocientos mil euros, Bilbao y Málaga más de medio millón de euros de Sevilla no tenemos datos, pero sabemos que Lipasam, la empresa de limpieza, se niega a borrarlas a pesar de ser Sevilla una de las ciudades más castigadas. En países como Alemania o Dinamarca las multas por grafitis rondan los cuatro mil euros y se puede llegar hasta dos años a la cárcel por pintar en la calle. Y es que limpiar las paredes de la ciudad de Berlín cuesta al año casi cincuenta millones de euros. En otras partes del mundo como Estados Unidos o México las medidas son más intensas. El grafiti en estado puro, el firmar con el nombre el mayor número de veces posibles y lo más grande posible, es el mayor problema que tienen las autoridades actualmente. La gran pregunta es si se puede llegar a controlar o poner freno a un movimiento tan extendido. “Cada año circulan en España más de siete millones de botes de aerosol, [...] el 90 % se utiliza en las paredes de las ciudades”.

Somos conscientes que resolver este problema no es fácil, pero lo primero que hay que hacer es intentarlo. Existen ciudades españolas, de menor valor patrimonial que Sevilla, en las que se han conseguido resultados. Lanzar campañas de concienciación a través de las redes, inventariar y mapificar las pintadas existentes, identificar a los grafiteros, subvencionar a los propietarios de los edificios afectados para que las borren, hacer que los padres paguen la limpieza de los garabatos de sus hijos, controlar la venta de aerosoles, sufragar la limpieza de las pintadas con un plan de choque… las medidas a aplicar pueden ser muy amplias. Pero lo más importante es que haya voluntad. Primero, ver que esto se está transformando en un problema que cambia la percepción de la ciudad. Y voluntad para poner las medidas que tiendan a resolverlo.

En Florencia, existen brigadas de voluntarios que limpian las pintadas. Se llaman “Ángeles de la Belleza” y son voluntarios de todas las edades que quieren contribuir a devolver el esplendor a los monumentos de Florencia.

El problema ha alcanzado tal magnitud que la Unión Europea ha puesto en marcha un proyecto llamado Graffolution, debido al convencimiento de que Europa puede desaparecer, ahogada visualmente en basura grafitera. El programa tiene como objetivo ampliar el conocimiento de este fenómeno y buscar respuestas y soluciones para las ciudades históricas. El proyecto Graffolution ha recibido financiación del Séptimo Programa Marco de investigación y desarrollo tecnológico de la Unión Europea.

Confiemos en que, en las próximas elecciones municipales, este importante aspecto de la identidad histórica y visual de Sevilla, tenga la relevancia que merece y el electorado reaccione.

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