Que no los necesitamos. Porque suponen una intromisión a nuestra intimidad, a través de un gesto con el que durante un paseo cualquiera se te obliga a cambiar el paso, y a mirar de soslayo a cuántas personas tienes a tu alrededor. Si es de noche, por ésa sola frase que muchos creen inofensiva, las alertas se disparan y te imaginas de repente a ti misma gritando. ¿De esos balcones saldría alguien? ¿O mi voz pasaría inadvertida ante la inmensidad de la noche? La respiración se te acelera, como en aquel corto firmado por un francés y sientes miedo, mucho miedo. Los medios de comunicación te han enseñado las consecuencias esta misma mañana con una sucesión de imágenes bien escogidas, en el que se ve el rostro de Diana Quer, con pelo largo y posando sonriente. Justo de la misma forma en la que estabas tú hace tan sólo un momento en ese bar del centro, con tus amigos.

Es sábado y te has tomado tres cervezas. Te has puesto falda y unas botas de tacón. Ahora te arrepientes de todo. De lo primero, de lo segundo y, también, de lo tercero. Justo cuando recorres la calle Asunción para regresar a casa en la que se convierte en la peor carrera que has encarado en tu vida. Guapaaaaaa, ¿dónde vas tan solita? Detrás de ti y cada vez más cerca un tipo va diciéndote cosas. Son las tres de la mañana, ni siquiera es lo suficientemente tarde como para que no haya nadie cerca, pero no lo hay. La calle está vacía. Es una de esas noches de invierno en el que todos los sevillanos se concentran en el Paseo Colón y hay calles como ésa, que en otras épocas y otros horarios están rebosantes de vida y bullicio, por las que no deambula nadie. Sólo va ese individuo y tú. Si yo fuera tu novio anda que te iba a dejar sola, morena. Grita, pero no hace falta porque lo has oído. No corres, porque sería peor, pero sí aligeras el paso. Ni un alma por entre lo bancos en los que siempre suele haber alguna parejita de adolescentes pelando la pava. Nadie. Tan sólo ese hombre, un desconocido que te piropea, y tú.

Ojalá pudiera escribir esta historia bebiendo de una sola anécdota, ojalá no temiera que ésta se repitiera cada noche, cada semana, cada mes, cada año desde que tengo uso de razón. Sin quererlo, sin buscarlo, sin tener la culpa de haber nacido mujer en un mundo en el que situaciones como esta son de "lo más normal" hasta que no se entienda que el mal uso de una actitud puede derivar en muchas otras cosas. Hasta que no se cree un debate, público, jurídico o publicitario en el que se les pregunte a todas las mujeres si han vivido esto igual que la que escribe. O peor.

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