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Análisis

José Ignacio Rufino

Poner freno a los abusos

Era un secreto a voces: si no mayoritario, es muy común el exigir sexo a la trabajadora a cambio de trabajar. ¿Esclavismo?Los abusos a jornaleras podrían malograr la imagen de la fresa onubense en Europa

Por mandato consorte, tengo la costumbre de pasar las vacaciones de verano en Mazagón, provincia de Huelva. Por esta inmersión quincenal de esquema fijo-discontinuo he podido comprobar los rasgos demográficos y sociológicos que genera el llamado fruto rojo -"la fresa", decimos para simplificar- en esa comarca: explotaciones en invernaderos de plástico; transportes e industrias auxiliares; africanos caminando o en bicicleta por el arcén en verano, divorcios entre choqueros que dan paso a matrimonios entre hombres nativos de la zona y eslavas que vinieron a trabajar para acabar quedándose. Asentamientos entre los pinos; negocios regentados por mujeres también del llamado Este, amables aunque muy "a la tarea", y con fenotipos de largos fémures, muy trabajadoras. Hablo en femenino porque, subsaharianos aparte, de las 70.000 personas que acuden a trabajar a la recolección de la fresa onubense, la inmensa mayoría son mujeres. Se aduce para ello que la mujer es más dotada para la finura que requiere el corte de este tipo de fruta. Aceptemos delicadeza como animal laboral de compañía. Ahora, polacas, ucranianas, bielorrusas y otras europeas orientales dan paso a una mayoría de mujeres magrebíes entre la necesaria mano de obra extranjera en la zona. Recordemos que españoles y españolas tienen otras formas de ganarse el sustento, más rentables y no tan duras. Incluida el no trabajar.

Por un encargo pericial dentro de un proceso judicial entre socios de una alianza de cooperativas de la zona tuve la ocasión y la obligación de conocer la otra cara de este fenómeno, la cara económica. Los datos son apabullantes, y creo que la mayoría de los andaluces desconocen el verdadero y fenomenal alcance de sus datos de exportaciones, cuotas del mercado europeo y volúmenes de facturación, que entre todas las berries (fresa, frambuesa y el emergente arándano) suponen unos 1.200 millones de euros anuales, un 90% de todas las exportaciones españolas de este subsector. Por el nivel de riqueza y empleo que el negocio provee al territorio -llámenlo estabilidad, supervivencia y alejamiento de la languidez subsidiada-, es urgente que se erradique la práctica de acosar a las trabajadoras extranjeras por parte de algunos empresarios del ramo y también sus capataces, incluida la de exigirles favores sexuales. Todos conocemos chistes sobre el asunto. Me voy a permitir no apelar a la decencia o, alternativamente, a la condición de escoria y de canalla de quien comete tales delitos, casi nunca denunciados. Tampoco aduciremos la también urgente exigencia policial y judicial de poner freno y erradicar este uso y costumbre que, si concedemos que no es generalizado, sí es de lo más común: basta con preguntarles a ellas sin cámaras delante. Apelaremos sólo a una cuestión económica y comercial. Para el comprador de berries españolas, o sea, onubenses, que son más grandes y más baratas, y que llegan antes al mercado, estos hechos pueden muy bien hacer un daño presente y futuro enorme a este sector: "No compres las fresas de la violación", imaginen un lema así. Una brutal injusticia para las cooperativas, sociedades limitadas, autónomos, temporeros nacionales o extranjeros… y un nubarrón difícil de calibrar sobre esta economía insustituible. Se trata de marketing, de imagen, de reputación, de responsabilidad social.

Sería un tornado sobre los plásticos que la meca del fruto rojo reprodujera el escándalo de Weinstein, pero en vez de con actrices y fiestas en Hollywood, con sucios capataces y mujeres desesperadas y sin protección pública ni privada. Entre el calor de los plásticos, los insectos, el dolor de espalda y los goterones de sudor que son lágrimas de rabia por la puta vida que les toca a no pocas.

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