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Análisis

rogelio rodríguez

Rajoy está acorralado

Entre los que más le acosan destaca Aznar, otrora mentor y hoy levantisco militante

La victoria de los secesionistas, en cuanto a escaños, el 21-D ha retrotraído el afilado aforismo que pronunciara Ortega y Gasset en 1932: "El problema catalán no se puede resolver, solo se puede conllevar". Siendo como es, hombre de registro calculado, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, sorberá el último trago de 2017 en familia, pero con la mente puesta en la tremenda herencia del año que se va, de la que es, en parte, precursor y legatario. Y es probable que en la intimidad posterior a las primeras burbujas de 2018 desmenuce la conversación de despedida con su más fiel escudero, Jorge Moragas, cuyo dulce destino como embajador ante Naciones Unidas revela la proximidad de un tiempo de resignación.

En un escenario incierto, falto de valores y de referentes ilustrados, donde solo la figura de Felipe VI concita la anuencia de una mayoría consistente, el jefe del Gobierno ha adoptado un papel prosaico, timorato, impropio de sus muchas horas de vuelo y de la competencia mostrada en lances de su extensa carrera política. En las Termópilas catalanas ha perdido sin estar. El botín independentista, dispuesto a placer, la clamorosa victoria de Ciudadanos en la disputa de un electorado común y la derrota humillante del PP han debilitado su liderazgo. Banalizar lo ocurrido sería, además de una irresponsabilidad histórica, emular el rumbo caótico que tomó el PSOE en el crepúsculo de Zapatero.

Rajoy pudo irse casi en paz y gloria, pero se quedó, y hoy administra su poder ejecutivo con el sigilo de un viejo tigre limitado de facultades y atacado por el virus de inmunodeficiencia que dimana de los graves casos de corrupción que llevaron al PP ante los tribunales. Su flema gallega es paradigmática -en las redes sociales existen casi medio centenar de bitácoras dedicadas a su figura, la mayoría groseras-, pero su dontancredismo parece oscilar, empujado también por el sector más conservador y por una corriente interna de pesimismo que, según y cómo, podría derivar en contestación.

Los populares de la periferia están alarmados: Albert Rivera e Inés Arrimadas avanzan, sin apenas oposición, con el discurso remozado que muchos votantes del PP quisieran escuchar a sus líderes. El Gobierno pendonea y el partido se obtura en componendas cuando quedan tres años de legislatura y ninguna promesa cumplida. Rajoy está acorralado y entre los que más le acosan destaca el ex presidente Aznar, otrora mentor y hoy levantisco militante de peso, que le traza jeroglíficos, piropea a Ciudadanos y hasta se atrevió a sugerirle que convocara elecciones generales si no se sentía capaz de someter a los golpistas de la Generalitat. Rajoy respondió con desprecio, pero Aznar sonríe desde su atalaya en FAES: los titulares de la derrota llevan el nombre de su díscolo discípulo.

Demasiados e intensos vientos en contra, incluso para quien, políticamente, ha resucitado al menos tres veces. Su bomba de oxígeno está en manos de nacionalistas (PNV) y de adversarios directos (C's). Muy complicado.

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