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Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Reservista de trenes

El plan de gratuidad de los trenes de cercanías y media distancia no previó que el jugador de ventaja, si puede, ejerce de talEl bono abusado contenía la voluntad gubernamental de meter dinero en Renfe

La madre, ya en sus ochenta, perdió a uno de sus hijos. Al que veía con frecuencia, no sólo por la costumbre de quererse y de cuidarse, sino porque ambos vivían en su pueblo de siempre. Tras la prematura pérdida de la vida del hombre joven y el insondable vacío que embargó a la mujer que se la dio, ella solía coger el cercanías de vez en cuando para ir a ver a la capital a su otro hijo; lo mismo hacía éste en sentido contrario puntualmente cada semana: de buena mañana, montaba en el tren -casi siempre semivacío- su adorada bicicleta; con ella emprendería la vuelta, ya a golpe de pedal, a la mañana siguiente, tras un sueño reparador en su cama de joven, siempre vestida. Este ciclo de verdadero cariño y protección de ida y vuelta se ha visto incomodado por la lamentable implantación y gestión del llamado bono de cercanías para usuario frecuente. Un loable propósito que no tuvo en cuenta dos cosas: que hay usuarios ocasionales con exactamente el mismo derecho a viajar en tren que un paisano commuter muy ducho en la cosa digital -¿o no?-, y que esta nuestra, aparte de la de María Santísima, es la tierra del desahogado ombliguista.

De manera que a la gente se le daba el derecho a viajar casi gratis -desconozco esos detalles-, con un propósito social valioso: facilitar su transporte desde los pueblos, evitando en alguna medida que se vean obligados a la postre a irse a vivir a un barrio de la ciudad, vaciando más su localidad, donde tan bien se vive y tan alguien se siente uno. Evitando también en parte y a la vez el recurso al coche individual, peligroso y contaminante. Propiciando la amortización y rentabilización de la inversión pública en ferrocarril, obsesionada con la alta velocidad y ajena a los olvidados de interior. Evitando, propiciando, facilitando: lo siento por los integristas antigerundio, pero es un tiempo verbal precioso. En este caso y en buena medida, perverso.

Perverso es que una iniciativa en apariencia de política de integración de minorías -la gente rural parece ser una gran minoría silenciosa y menguante- acabe siendo objeto de abuso por parte de los usuarios sector espabilado: "Yo me reservo todos los días, y ya veré en cuál voy". De forma que los trenes aparecen en la aplicación renfe.comcompletos en muchas franjas horarias y trayectos... para después ir vacíos como casi siempre. Al multirreservador -lo hace "porque puede", oiga- no le pasa nada (no le pasaba hasta que este escándalo de pésima u oscura gestión ha estallado), no se le castiga o ejecuta la fianza ni se le casca un multazo por impedir que otros viajeros viajen y por impedir que Renfe ingrese por las reservas no efectivas... ¡Pero no, no! No se le penaliza, ¡y Renfe sí lo cobra! ¿Cómo? Pues sí, porque el propósito del Gobierno es meter dinero en la ferroviaria estatal, de remanguillé, para anclarla o salvarla: esta joya menor pero de gran futuro, Renfe, no se privatizó: los chollos promisorios de energía y telefonía, sí, ay González, ay Aznar, ay Zapatero. Y es mucho de temerse que este bono iba dirigido a esta inyección de ingresos, y a la necesidad de mantener pública a Renfe. Lo pagaremos, Bruselas nos lo hará pagar... ya después de las elecciones. Conclusión: un buen propósito puede hacerse fosfatina por planificarlo con el mismo culete.

¿Es esta otra muestra del legislar y gobernar a salto de mata, a respingo de pellizco? Mucho se ha hablado esta semana de los daños colaterales de la ley del sólo sí es sí. Otro cantar, un cantar pariente. Porque es muy duro estar dando cremita a los independentistas para tirar para adelante unos meses más. Elecciones ya, por qué no; a ver si va a ser que la palabra democracia se ha convertido en la guinda incomible del pastelazo embarrado de la gestión arrastrada.

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