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Era como un avión que caía en picado. El antipático publicista catalán (se pule a sí mismo el personaje siempre que puede) le pegó entonces una patada al teleprónter para reclamar frescura e improvisación para su tertulia. No fue suficiente, pero en aquella edición comenzó el replanteamiento para salvar los muebles de la sobremesa de Cuatro, una cadena ya de por sí tocada por la debilidad de su osamenta. Todo es mentira llegó a oler a organismo en descomposición, pero ha sido añadirle compost informativo para que crezca la audiencia.

Risto Mejide se puso al frente de esta Zapeando indisimulado. En lugar de insistir con La Voz o con Aurisitys (que le está enmendando la plana en frescura y vídeos virales al programa de Frank Blanco) ellos descuartizaban el reality de la casa, GH Dúo, y otros contenidos escamosos de la empresa. Pero hacía falta algo más. Hacer lo mismo que el vecino suele recibir la amonestación, o la indiferencia, del público. La forzada mesa de Todo es mentira además tira peor que la de La Sexta, más áspera y con un ritmo menos airoso.

Con la urgencia de quien se está ahogando, el formato de La Fábrica de la Tele comenzó a tomar aire superviviente a través de los mismos conductos de Sálvame. En lugar de Makoke o Kiko Rivera los de Risto han aspirado por otra tubería similar y han calcado el comadreo de con sus personajes propios. Con tipos como el lamentable Eduardo Inda dolorido en el cuello, de las operetas más patéticas que se registran en la historia de la humanidad. Una falsa caída en el área que vino insuflar metano a los pulmones de Todo es mentira, que de analizar fake news ha pasado a remover cualquier asunto con bronca, como lo de los taxistas. Esencial. Ayer incluso sacaban del cajón de ventrílocuo al coreano Alejandro Cao de Benós.

Es un mal programa y a un mala coartada. Eso no quiere decir que con los días pueda sobrevivir y sacar rentabilidad a los intermedios. A fin de cuentas es lo que realmente han pedido a Risto. Da igual cómo.

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