El fútbol de siempre y el fútbol de nunca. Partidos, los de Portugalete o Escobedo, que inspiraban aquellas estampas en sepia de los porteros con gorra de visera, y un partido en Yeda, Arabia Saudí, diseñado para la multidifusión en televisores, tablets y smartphones de todo el mundo bajo la excitación de los apostantes filipinos, británicos o mexicanos.

El fútbol discurrió el fin de semana por dos vertientes tan contrapuestas, aunque las dos hayan salido de una misma y rasurada cabeza, la de Luis Rubiales.

Y aunque bajo la pátina romántica de las eliminatorias coperas reposa el mismo ánimo recaudatorio que el engendro árabe -esos partidos únicos entre rivales tan desiguales deben avivar las audiencias, abrir la puerta a las sorpresas y por tanto atraer a los apostantes-, uno que es tan nostálgico en tantos órdenes de la vida no tiene otra que entregarse al diseño retro que, como si de Zara o Mango se tratara, le ha dado la Federación Española al torneo nacional con más solera de nuestro fútbol.

Era una gozada ver el sábado el ambiente del campo de Portugalete, con 5.000 espectadores en el abigarrado graderío para festejar el hecho de que el Betis hollara la hierba de La Florida. Lo mismo ocurrió ayer a mediodía en el corazón rural de Cantabria. Apenas pudieron asistir 1.500 afortunados al acontecimiento de que compareciera en el Eusebio Arce de Escobedo el Sevilla, pero el pueblo disfrutó de una jornada memorable, un acontecimiento que perpetuó el modesto club blanquinegro cosiendo el escudo del Sevilla junto al suyo en las camisetas rayadas.

La Copa pedía a gritos una revisión para reanimar la emoción, que es la sangre del deporte. Y aunque en estas dos primeras eliminatorias la vibrante incertidumbre de muchos pulsos sólo ha mandado a la cuneta a Alavés y Getafe, gana la imagen del torneo, que promete miocardios desbocados. Un pero le pongo: el sorteo de mañana, mejor si hubiera sido puro.