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Análisis

rogelio rodríguez

Sánchez aturde a los profetas y a sus socios

La sentencia de la Audiencia Nacional sobre la trama Gürtel, que desenmascaraba las vergüenzas del partido en el poder, obró en Pedro Sánchez como ese pétalo de reserva que a veces tienen las margaritas para casos desesperados. El líder socialista, oscurecido en los sondeos y casi a solas, lo tradujo en moción de censura. Ocupar la tribuna del Parlamento en calidad de candidato era la última oportunidad para reivindicar su cuestionada jefatura en el PSOE y en la oposición. Los astros gratificaron su tenacidad y osadía y una confluencia de intereses hizo lo que ningún hechicero habría pronosticado el día anterior al debate: ser investido presidente.

Pedro Sánchez representa un triunfo insólito. Contra lo que decía Maquiavelo, atacó al que mandaba sin tener la seguridad de derribarlo. No ha llegado a La Moncloa por méritos políticos reconocidos en las urnas, sino por la mezquina resistencia a dimitir de un jefe de Gobierno empecinado en dilapidar su patrimonio político, y por la unión de la mayoría parlamentaria en un fin único: derribar a Rajoy. El paso de las horas demostraría también que el PP tenía más miedo a las expectativas de voto que cosechaba Ciudadanos que a entregar el Gobierno al PSOE. Por eso no dimitió Rajoy ni convocó elecciones. Sólo Rivera, obligado en la encrucijada, era partidario de celebrar comicios.

Por eso, el tantas veces denostado Sánchez ya ocupa el primer escaño del banco azul. Y lo hace acompañado de un equipo de Gobierno prometedor, que tampoco habrían adivinado los profetas, en el que, de salida, sólo chirrean los nombramientos en Cultura, por estrambótico, y en Interior, donde el titular, Grande Marlaska, mantuvo noviazgo con el Gabinete del PP. Un Ejecutivo en clave europeísta y con marcado tinte preelectoral que, para sorpresa de propios y extraños, tranquiliza a los constitucionalistas y encoleriza a los socios de investidura. Cuando casi nadie lo esperaba, el presidente Sánchez ha girado desde la izquierda al centroizquierda, persuadido de que las urnas compensarán con creces la factura que a partir de ahora le pasarán sus hasta ayer desestabilizadores compinches: populistas radicales, nacionalistas de doble forro, secesionistas catalanes y proetarras vascos.

Si esta vez las apariencias no engañan, el Gobierno de Sánchez pasará pronto de la ilusión a la desesperación, dada su carencia de recursos parlamentarios para evitar que la oposición, a izquierda y derecha, promueva la ingobernabilidad. Sánchez se arrogaría un nuevo acierto si fija con prontitud una fecha electoral. Debió hacerlo en su toma de posesión. Sus postizos laureles de hoy pueden ser mañana condenas inapelables, no sólo para él y su partido, aunque en la política, como en la naturaleza, no existen premios ni castigos que puedan adjetivarse de manera objetiva y concluyente, sólo existen consecuencias, algunas dramáticas; otras, patéticas, como la retirada tarde y mal de Rajoy, o como las que ahora, de manera imprevista, afronta el nuevo presidente en una misión de alto riesgo que juzgarán los ciudadanos con su voto y la severa pluma de la historia.

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