A la derecha social y/o mediática le gusta más un político de izquierdas que a un tonto una tiza pero siempre y cuando cumplan con el requisitorio de la jubilación. Entonces los sacan a paseo en solemne y laudatoria procesión de portadas y entrevistas alabando la sensatez y el supuesto sentido de Estado del aludido. Poco importa que ese mismo Estado haya quedado saqueado y maltrecho tras el paso por el poder del antiguo gobernante. Los otrora vapuleados izquierdistas ahora son ejemplares próceres de la patria a los ojos de esa derecha que los extraña en sus dorados retiros. No pasa un día que no se nos muestre o se premie a alguno por la sencilla razón de estar cómodamente instalados en la obviedad más razonable y conservadora de la vida política. Y es que parece que la madurez mejora al rojerío patrio como el ambiente serrano de Cortegana, Jabugo o El Repilado hace lo propio con las extremidades inferiores de nuestra mejor cabaña porcina.

La elegancia natural que imprime el patrimonio -material e intelectual- ennoblece, a los ojos del conservadurismo rancio español, a aquellos agrestes revolucionarios de pana, melena y manos largas. Cualquier analista de derechas encuentra notas florales y aromas de frutos rojos con retrogusto a vainillas salvajes en la orina y las heces de un expresidente socialista setentón con traje de lana fresca, nudo Windsor al cuello y unos Clarks Oxford Standford en los pies.

El sarcástico Tom Wolfe decía que sin grandes egos no hay grandes historias y en el caso que nos atañe, al ego del recién llegado a la elite, le corresponde siempre el halago lacayo de quien padece una suerte de acomplejada fascinación por sus antiguos enemigos sociales. Da igual que tengan cadáveres bajo la cal viva, hayan arruinado la región más próspera en potencia de Europa o en sus portentosos patrimonios brinquen los mejores ejemplares de la hípica europea; al bando nacional, de un rojizo político maduro gustan hasta los andares. Pero no busquen -que no encontrarán-, en la izquierda, la misma actitud con un alto cargo conservador retirado. No tienen con ellos reconocimiento ni "medalleo", solo rencor, cicatería, miseria y en algunos casos, la persecución social y judicial más implacable.

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