Ante el caos del mundo hay que recuperar la esperanza y ver en todo una oportunidad para acercarnos al Evangelio, pues, como nos dice San Pablo, "para los que aman al Señor todas las cosas cooperan para bien". Ante las incertidumbres es la hora de volver a una fe y una confianza sin límites sabiendo que hay que volver a la mística cotidiana tomando la vida como servicio a los demás. Es la hora de confiar sin medida y del despojo de todas nuestras expectativas porque, cuanto menos somos, podemos permanecer buscando más, sirviendo más y amando más. Un gran discernimiento de espíritu, para huir de la gran tentación de la iglesia de mundanizarnos sin que podamos ya salar ni iluminar porque nos hemos perdido en el camino el "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hechos 5:29), nos dará el convencimiento para nunca pactar con lo que no es negociable por mucho consenso que se tenga.

Mundanizados habremos perdido la capacidad de tener sabor y, atrapados por el mundo y encerrados en nosotros mismos, caminaremos hacia una muerte en vida que paralizaría nuestra alma y nuestros sentidos.

Meditar y orar el misterio de la encarnación con el que empieza ya el germen y la lógica de toda la vida de Jesús que "siendo rico se hizo pobre por nosotros a fin de enriquecernos con su pobreza" (2 Cor. 8,9) es ahí donde encontraremos la fuerza para convertir las amenazas en oportunidades como dicen las "orientaciones pastorales". Nada de miedo al riesgo sino más bien a la paralización que es la que nos corrompe y acomoda.

Remando mar adentro y arriesgándonos en lo cotidiano al estilo de los santos, con la misericordia de los mártires que mueren perdonando, huyendo de la vanidad y comprometidos hasta dar la vida, el mundo este no será el peor de los posibles, como decía Schopenhauer, sino el mundo bueno salido de las manos del Dios bueno.

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