De nuevo, la tierra me llama, madre. Y yo me agarro férreamente a la fe de esta de ciudad de arte y majestad, con la esperanza de ser un auténtico canto de exaltación a la ciudad que me vio nacer, una Sevilla mariana que me concedió el beneplácito de nacer sobre sus enaguas, porque nacer en Sevilla ya es una bienaventuranza del cielo.

Una Sevilla familiar y campechana que me fue enseñando a quererla desde mi casa de vecinos de la calle Mallén. Una Sevilla romántica que me fue enamorando desde las viejas juderías, donde también residí en mis primeros pasos como bachiller hasta la finalidad del Magisterio de mi sevillanía. Una Sevilla nostálgica que me hizo amarla en la distancia que marca mi vida profesional nómada y viajera. Una Sevilla tan poderosamente atractiva que incluso cambiando el rumbo de mi vida a su antojo y placer me imantó y devolvió definitivamente hasta el regazo de su belleza, conquistándome con tanta fuerza que ni siquiera tengo palabras para plasmar su generosa hospitalidad.

Una Sevilla espiritualmente bendecida, que hace que los santos y santas del cielo tomen los nombres de sus calles y plazas, de sus conventos e iglesias, de sus barrios y arrabales. Una Sevilla cofrade y santa, que a Dios lo llama por su nombre, ¡Dios mío!, a su Hijo, ha sido capaz de bautizarlo y apellidarlo con la idiosincrasia sentimental y cristiana del corazón de sus barrios, en el Jordán de los mismos… Y a su Madre, ¡María tiene que ser feliz, por las muchas advocaciones de amor que Sevilla le brinda!. Una Sevilla que dice que el Reino de los Cielos está en Triana, que allí hay Estrella de la mañana; o en Macarena, que hay Esperanza de "gratia plena"; o en la Calzada, que allí se encarna la Inmaculada. La Pura y Limpia sevillana a la que canto y pido fuerzas desde nuestro alminar, Giralda, en esta ciudad eterna por los Reyes, coronada y subida a los altares, que de los Reyes se llama la que a San Fernando duerme cantándole bellas nanas, versos que San Isidoro escribió para dos Santas, Justa y Rufina, veleta, Rufina y Justa, campana, minarete que Dios quiso que la Fe lo rematara, y que el pueblo sevillano conoce por Santa Juana en esta Sevilla nuestra de Esperanza Mariana donde las vírgenes bailan sobre costal y alpargata.

¡Dios te Salve, Madre! ¡No nos abandones!

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