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El tren de la bruja

Llegada es la hora, bruja de mis letras, cuando la Feria sólo espera los cohetes, de que superes una reválida para desvelar no ya los hechizos minúsculos al por menor, sino el misterio mayor del embrujo de Sevilla.

-Quién te has creído que eres, plumilla alicorto, para ponerme a prueba con semejante ejercicio de adivinación que tiene poco -¿o acaso mucho?- de supersticioso.

-No te pongo a prueba, bruja de mis desvelos, sino que requiero tu sabio escrutinio para descubrir lo escondido a quienes proclaman los tópicos con el altavoz de la simpleza.

-A ver, que tus zalamerías me ablandan, el embrujo escapa al raciocinio, como el duende, te lo digo yo porque mi arte mágica tiene parentesco con esos arcanos.

-Te daré una pista. José María Requena, un escritor sevillano de Carmona, de cuya muerte se cumplen pronto veinte años, decía que Sevilla pone entusiasmo de sobra en cuanto altera la rutina de los días; con un arrebato que, fíjate, tiene algo de brujería al conjuro de lo irracional. Además de cierta renuncia, cuando no desgana, a lo que, de manera más cabal, debiera ser duradero, consecuente y, todavía más, provechoso.

-Puesto que me sabes, y soy, leída, conozco la obra de ese novelista, poeta y periodista sevillano, de tan esmerado oficio con corto reconocimiento, aunque ganó el Nadal. Es más, recuerdo una escueta afirmación que acaso valga para alumbrar el embrujo o la idiosincrasia, sin que pretenda asimilarlos, de Sevilla: ésta es lo que se supone a punto de llegar y no llega.

-Me alegra, bruja ilustrada, compartir admiración por la obra de Requena, y no me atrevería a corregirlo aunque sí a decir que Sevilla, sobre todo en materia de celebraciones festivas, es lo que no se quiere que llegue aunque esté a punto de llegar. Por eso tanto disfruta genuinamente con las vísperas como es resignada ante la frustración. Se alegra cuando espera lo que llegará y gasta abnegación cuando no llega lo que esperaba.

-Será por eso, escribiente de mis cuitas y mis desplantes -de dualidades también está bien despachada Sevilla-, que esta ciudad, como también pensaba Requena, no es verdaderamente alegre, sino prendida o enamorada de la alegría.

-Acierto pleno el de nuestro escritor porque la expectativa, como producto de la ilusión, se cruza con el desengaño, en tanto que secuela de las frustraciones, y por eso a la alegría le cabe más bien el menguado deleite del anuncio.

-Y tú crees, antes que me vaya con mi tren a otro infierno festivo, que Sevilla es proclive a las utopías.

-Pues si Romero Murube añoraba los cielos que perdimos, José María Requena advertía en Sevilla un paradójico talante de paraíso, donde tal vez la inminencia de lo que no llega hace soñar con los más altos cielos de la utopía.

-Ya está, vente conmigo esta noche, que te hago sitio en la escoba para que cruces los cielos de la Sevilla embrujada.

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