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Análisis

Antonio Sempere

Teleadicción

A los 57 años es bueno reconocer que disfruto del cine y de la TV de altura

El Festival de Málaga las lanzó y desde aquella semana de marzo se supo que se lanzarían a la vez, el mismo viernes 28 de junio. Los días que vendrán, que ganó la Biznaga a la mejor película del certamen, y Los Japón, que se exhibió en la gala de clausura.

Recién estrenado el verano tocaba promoción, y allí que se presentaron en Late Motiv, en dos noches consecutivas, los actores David Verdaguer y Dani Rovira, a charlar con Andreu Buenafuente. O lo que es lo mismo, un presentador de los Gaudí y uno de los Goya, a conversar con otro presentador de los Goya. Así de alto estaba el nivel.

David y Andreu estuvieron gloriosos. Dani Rovira atinado, empático, delicioso. El día del estreno vi las películas en sesión doble. Los días que vendrán en una sala vacía. Los Japón con alrededor de cien espectadores entregados. Pero tanto en una como en la otra me acordé mucho de las entrevistas de las noches precedentes.

Y es que he de ser sincero, y confesar, confesarme que me gusta mucho el cine (qué sería de mí sin mis viernes de estreno desde que me conozco). Pero me gusta todavía más la televisión. Es el medio hacia el que siento pasión. El que me hace levitar. Mi gradiente de felicidad de aquel rato en el que Verdaguer y Buenafuente charlaban con una complicidad inaudita era de 10 en una tabla del 1 al 10.

Sí, mi ritual de ver el cine en la sala está muy bien. Como el de asistir a una función de teatro cuando sale buena, o a un concierto de jazz con el que conectas. Pero está claro que mi dicha completa pasa por el éxtasis que siento cuando sintonizo con según qué momentazos en televisión. Y bueno es, aunque sea a los 57 años, reconocerlo.

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