Quique Setién ha espantado los malos rollos que, en parte, él mismo atrajo hacia sí con su incontinencia verbal. Otra vez se cargó de razones cuando más arreciaba el agrio debate del bético sobre el continente sin apenas contenido de su Betis en la Liga. Porque un 3-4 en el Camp Nou, en las barbas del mismísimo Leo Messi, tiene un efecto arrasador como ya lo tuvo aquel 3-5 en el derbi. Ya nada debe ser igual para el Betis en el campeonato.

En el pecado de Setién, en ese ilustrado fanatismo en la defensa de sus ideas aunque a veces para ello diga cosas que el bético no quiere oír, también reposa su gran virtud: ha persistido erre que erre, ajeno a los dardos que ya silueteaban su figura, al tiempo que ha insuflado en la plantilla que el camino era el bueno a pesar de su impropia Liga.

Serra estaba ya inquieto por la magra cosecha de puntos y goles, también por sus ya habituales palabras del todo punto inadecuadas en foros públicos, y avivaba la preocupación por la desconexión que el entrenador estaba provocando en gente principal del año pasado, como Barragán, Sergio León o Tello.

Y ese nubarrón tóxico lo ha disipado el Betis sin moverse un ápice de su sitio. No es habitual que un equipo que llega al Camp Nou el decimocuarto, y arrastrando una racha de un punto de los últimos doce, plante sus reales como los plantaron los verdiblancos, sin el mínimo atisbo de miedo o complejo. Y fue como si el destino premiara en el momento de mayor impacto la fidelidad de los intérpretes al controvertido estilo. Y su valentía.

De nuevo ha recibido Setién un mayúsculo caudal de crédito que se ha llevado por delante los malos rollos, y hasta William Carvalho, referente del nuevo proyecto por su calado y su coste que no terminaba de fraguar, se destapó con una actuación colosal. Si el equipo tampoco duda en escenarios más cerrados y prosaicos, el futuro es del Betis. El Betis de Setién.