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Análisis

Tacho Rufino

Vestir de 'guay' la condena

Un joven profesional gana de media un 60% menos que un pensionista medio: he ahí la insostenibilidad del sistemaColiving', 'job hoppers' y otros neologismos en inglés tienen una trastienda siniestra

Como todo ser vivo, o sea, en permanente evolución, el lenguaje tiene sus fortalezas y sus debilidades. Cada idioma tiene rasgos que otros no tienen, que les dan ventaja o lo lastran. En español, por poner un caso, el masculino y femenino en los pronombres o adjetivos (ellos y ellas, todos y todas, ¡miembros y miembras!) es objeto de mucho politiqueo y no poca ineficiencia en el uso del habla. Los angloparlantes no sufren tales melindres. La de los anglos siempre ha sido una lengua práctica y en apariencia simple. También tiene una gran capacidad de crear nuevos términos con el uso del sufijo de gerundio ing: coaching, jogging, vending, shopping, dumping, marketing, leasing, catering, lifting... También con los acrónimos: recordarán aquel yuppie, que con las iniciales de young, urban y professional connotaba un joven titulado con impronta ganadora que se forraba en cero coma -reciente innovación española de éxito- en Manhattan u otras metrópolis. Un prototipo del pasado. El joven urbano del presente ha dado lugar a una nueva serie de 'palabros' que responden a su realidad: hostil en lo laboral, poco promisoria en el desarrollo familiar y patrimonial. Y, encima, son términos juguetones y hasta simpáticos: pura ojana, ya tirando de lenguaje tradicional. O sea, engaño mediante la adulación. Doblada.

Según la nueva hornada de términos sobre las generaciones jóvenes y su mercado laboral, un job hopper (salta empleos) es un perfil profesional propio de los millenials -otra- que duran poco tiempo en un puesto, una empresa e incluso una profesión: todo lo contrario de lo que daba cierta confianza a un currículum hace unos años. Se trata de vestir de bonito la condena a la inestabilidad en el trabajo: que si dinamismo, que si polivalencia, que si capacidad de organización y de adaptación, que si gaitas. Hay muchas otras expresiones zalameras: para la imposibilidad de vivir a solas o en pareja en una ciudad donde los alquileres son caros y los salarios ridículos para el coste general de la vida, algún genio ha acuñado coliving, que -te dirá el gurú- no tiene nada que ver con el cohousing ni con el coworking, porque es "un modelo comunitario y sinérgico de solución habitacional". Pero es un internado o residencia de estudiantes ya hechos adultos asalariados. Jóvenes más o menos tardíos cuya forma de ganarse la vida no da para aspirar a la independencia y la intimidad. Se trata de volver la oración por pasiva y donde hay estrechez vender espíritu común. Puede que no haya esperanza de que los hijos vivan con los estándares de sus padres. Pero, por favor, evítennos la lisonja untada con la vaselina del anglicismo ocurrente.

España y sus jóvenes no son precisamente los que lo tienen mejor. El nuestro es un país donde se da la perversión antológica de que un chaval con cinco años de ejercicio de la ingeniería, las finanzas o el marketing, con un master y tres idiomas, gane mil euros, mientras que la pensión media es de 1.200 y la de sus padre o madre quizá sea de 2.000. En esa ecuación hay una perversión intrínseca: cómo una creciente población de sujetos pasivos percibe más renta que aquellos que deben producir los fondos para pagar a sus mayores. Añadan a eso que una observación rápida de nuestra pirámide poblacional nos dice que donde hay más españoles y españolas es entre 40 y 60 años, con poca garantía de reposición dado que las cohortes ancianas cada día son mayores en número, y la fertilidad, menor. La pirámide no es esbelta, tiene una barriguita muy poco saludable. La palabrería en inglés novedoso y "positivo" resulta casi ofensiva. España debe acometer sin dilación su principal problema económico: el desempleo y la precariedad de los jóvenes.

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