El cine determina la forma en que vemos el mundo. La industria, que mueve millones y millones de dólares al año, sigue siendo la gestora de bienes culturales más poderosa. Unos bienes que cada vez más traspasan las fronteras y establecen patrones que sin querer vamos adaptando y que determinan nuestra forma de vida. Por eso, el movimiento #MeToo que tanto ha sacudido a la industria a raíz de la denuncia de los abusos sexuales que se producen con las actrices que optan a un papel, se ha instalado como una consigna transversal a toda la producción que ha unido a profesionales de ambos sexos en la protesta. La paridad en la pantalla y la presencia de mujeres no solo como actrices, sino también como directoras, ha prendido una mecha que ha seguido ardiendo durante el Festival de Venecia. El fenómeno está dejando impronta no solo en la presencia de trabajadoras mujeres en el cine, sino también en la selección de historias que se tienen que contar, abriendo el camino a nuevas temáticas que a pesar de ser experiencias vitales habituales se estrenan aún de forma tímida en la gran pantalla.

Pero la verdadera razón de la desigualdad de los números está en la invisibilidad de los grupos que son minoritarios. A esta problemática con las mujeres se une la de la industria de la distribución, que provoca que las películas que se proyectan en los cines internacionales salgan todas de la misma factoría: la americana. El Festival de Venecia ha servido también para poner sobre la mesa esto mismo. Largometrajes con sello argentino, chileno, uruguayo, ruso o iraní por poner solo algunos ejemplos quedan relegados a la exposición en las salas alternativas de las ciudades y su proyección no se puede alargar más de unos cuantos días en cartelera. Además del silencio de la crítica y de los medios de comunicación que ignoran a estas producciones, lo que dificulta que el gran público consuma otras historias que en su mayoría aportan un punto de vista distinto y cuya calidad es incuestionable.

Jennifer Kent, la única mujer aspirante a ganar el León de Oro, por su película The Nightingale, aseguraba durante la celebración italiana que la principal labor del cine es reflejar el mundo y si lo reflejamos al 50% es que no estamos haciéndolo nada bien. La directora australiana, que cuenta la historia de una mujer que busca venganza después de haber sido violada, no ha recibido el apoyo del público que tras la proyección llegó a vocear insultos contra ella. Una industria sesgada que da de lado a los sectores más desfavorecidos y que nunca cambiaría sin el trabajo de profesionales como ella que luchan por un cine más plural y representativo.

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