No cabe duda de que Yvonne Blake ha sido una persona querida y muy admirada por su trabajo en el mundo del cine. Pero lo que no todos saben de la última presidenta de la Academia es que una de sus grandes pasiones fue la danza. Ya en su primera juventud hizo sus pinitos con el vestuario para algunos ballets de su Inglaterra natal y más tarde, ya en España, entre rodaje y rodaje, de vez en cuando se dejaba convencer para participar en algunos proyectos escénicos, sobre todo si quien le lanzaba el guante era una persona amiga, como el bailarín y coreógrafo José Antonio, para quien diseñó los hermosos e imaginativos trajes de Aires de Villa y Corte (2005) y El corazón de piedra verde (2008), ambas piezas creadas para el Ballet Nacional de España.

En 2004, año en que se celebraba el centenario del nacimiento de Salvador Dalí, José Antonio, a la sazón director de la Compañía Andaluza de Danza (hoy Ballet Flamenco de Andalucía) creó dos coreografías dedicadas al pintor catalán: El Café de Chinitas, estrenada en Nueva York por la compañía de La Argentinita, con decorados de Dalí y El sombrero de tres picos, estrenada también en Estados Unidos, en la década de los cuarenta, por el poco conocido Ballet de Ana María, con decorados y vestuario del mismo artista.

A mí me correspondió tratar de localizar los originales de ambas obras y fue ahí donde tuve el enorme placer de colaborar con Yvonne, especialmente en los trabajos de recuperación de los figurines diseñados por Dalí para El sombrero de tres picos de Falla. Después de muchas pesquisas, nos enteramos de que los trajes, lo único que se conservaba, habían sido comprados por un coleccionista parisino que, con gran amabilidad, puso a nuestra disposición el ansiado vestuario. Y allá que nos fuimos las dos para fotografiarlo (yo) y dibujarlo (ella). Había que hacerlo en una sola jornada pero su capacidad de trabajo era sorprendente. No salimos de allí, agotadas, hasta bien entrada la noche, cuando quedaron minuciosamente anotados cada forma, cada color, la consistencia de las telas y los distintos usos que podían tener todos y cada uno de los complementos. Era como una aventura y a Yvonne le encantaban las aventuras y, sobre todo, más por diversión que por ambición, afrontar grandes retos.

El diseño que luego haría para los bailarines y para la invitada especial de la primera pieza, Esperanza Fernández, fue sencillamente espectacular y durante la preparación y el montaje por parte de la CAD, que lo estrenaría en el Festival de Peralada, pude compartir algunas veladas con ella. En medio de las dificultades siempre destacaba su ironía y su finísimo sentido del humor, algo que se echa de menos en muchas ocasiones en el mundo del espectáculo, y a pesar del intenso trabajo, hubo tiempo para que me contara cómo llegó a España en 1968 para quedarse por el amor de un sevillano y mil anécdotas sobre el cine y sus mitos: la resistencia de algunos a mirarse al espejo, su complicidad con Truffaut, quien la hizo aparecer al final de Fahrenheith 451 encarnando a uno de los libros supervivientes, o sus sesiones de prueba al más que maduro Marlon Brando durante el rodaje de Superman.

Vital, imaginativa, luchadora, rigurosa y muy crítica con su trabajo, siempre tenía en la boca un elogio, o cuanto menos una palabra de aliento para sus compañeros. "Dios mío, cuánto trabajo hay detrás de todo esto", me decía la última vez que la vi, a finales del pasado año, con ocasión del estreno del musical Billy Elliot.

Me apena saber que no volveremos a verla por aquí, pero si se ha ido al cielo como dicen que van los buenos, me encanta pensar que, después de haber vestido a Supermán y a Jesucristo (Superstar), es muy capaz de cambiar ese manido modelo de túnica que desde hace siglos llevan los ángeles.

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