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Crónica Personal

El año del cambio

Hechos inéditos: una moción de censura tumba un Gobierno, un ex presidente regresa a su puesto de trabajo, la izquierda cae en Andalucía, un partido con 84 escaños gobierna España...

Por primera vez una moción de censura tumbó un Gobierno, por primera vez es presidente un político que no ganó las elecciones, por primera vez ex jefe del Ejecutivo regresa a su anterior puesto de trabajo, por primera vez la izquierda pierde el predominio en Andalucía, por primera vez gobierna un partido que ni siquiera alcanza a mitad de los escaños necesarios para la mayoría absoluta. Con permiso de Felipe González, que en 1982 presidió el Gobierno del cambio, en 2018 se han producido los cambios políticos más inesperados de la democracia.

El problema para España, para los españoles, es que no han sido cambios para bien. Este mes de diciembre es, a todos los niveles, peor que el de 2017. Incluida la cuestión del independentismo catalán, que no es menor. El independentismo se siente más fuerte que hace doce meses, y también es sensación generalizada que el Gobierno español es más débil ante el avance independentista.

Una semana antes nadie la hubiera previsto, pero una sentencia en la que quedaba implicado Rajoy en el caso Gürtel, más la audacia de un Pedro Sánchez crecido desde que consiguió hacerse con la Secretaría General del PSOE contra todo pronóstico, empujó al líder socialista a presentar una moción de censura el último día de mayo con los apoyos de Podemos, los independentistas catalanes y Bildu. El Gobierno confiaba en el PNV, que pocos días antes le había dado su apoyo para los Presupuestos, pero esa misma mañana el presidente del PNV, Andoni Ortúzar, telefoneó a Rajoy para advertirle que apoyarían la moción que le desalojaría del Gobierno.

El 2 de junio Pedro Sánchez se convertía en presidente y se ponía al frente de un llamado Gobierno bonito, en el que figuraban figuras muy conocidas aunque la mayoría sin experiencia de gobierno: el astronauta Pedro Duque, el juez Grande-Marlaska, el presentador de televisión Màxim Huerta, la alta funcionaria de la UE Nadia Calviño, la fiscal Dolores Delgado… el resultado no fue tan positivo como esperaba y, a la semana, se veía obligado a pedir la dimisión a Huerta por una irregularidad con Hacienda; días después la de la ministra de Sanidad Carmen Montón por una irregularidad con un máster, y no se atrevió a pedirla a la ministra de Justicia Dolores

Delgado a pesar de que fue la que provocó el mayor escándalo al conocerse el contenido de una conversación con el ex comisario Vallejo –al que dijo no conocer, lo que significa que mintió– acompañada del ex juez Garzón, y en la que hizo comentarios homófobos y machistas que en cualquier otra persona habría provocado su cese fulminante. Pero Sánchez no podía permitirse el lujo de perder tres ministros en menos de un mes.

No empezó el nuevo Gobierno con buen pie, pero tampoco empezó el PP su nueva andadura en la mejor de las situaciones.

Cospedal cae en desgracia 

Mariano Rajoy anunció primero que renunciaba a su escaño, lo que se consideraba hasta cierto punto lógico, y a continuación que dejaba la política. Sin embargo el anuncio que provocó perplejidad fue que no aceptaba el estatus de ex presidente ni tampoco incorporarse al Consejo de Estado, y a la semana se reintegraba a su antiguo puesto de registrador de la propiedad en Santa Pola, renunciando además a su sueldo de ex presidente. Durante unos meses acudió diariamente a su despacho en la ciudad alicantina, hasta que en septiembre logró el traslado a Madrid, de la sede de Génova, y hace una vida de alto funcionario con tiempo libre dedicado a su familia y amigos.

Convocó un congreso para elegir sucesor a través de unas primarias, y también contra todo pronóstico, no se presentó a ellas Alberto Núñez Feijóo, como todo el mundo esperaba, incluido el propio Rajoy. Feijóo decidió permanecer en Galicia y en la lucha por el poder quedaron dos contrincantes tras ganar Soraya Sáenz de Santamaría la primera vuelta de las primarias; la ex vicepresidenta y Pablo Casado. María Dolores de Cospedal, con una animadversión hacia Sáenz de Santamaría que era conocida, se alió con Casado, al que prestó apoyo a cambio de varios puestos en la nueva ejecutiva. Ganó Casado y Soraya abandonó la política -la llamó Pedro Sánchez para ofrecerle un puesto en el Consejo de Estado-, pero la satisfacción de Cospedal duró muy poco: una conversación en su despacho de Génova con su marido y con Villarejo liquidó su carrera política.

Villarejo, un nombre que ha formado parte de la escena política del 2018, un ex comisario chantajista y amenazante que no duda en tambalear los cimientos del Estado, incluida la Corona. Una Corona que este año, ante un Gobierno mediocre y decepcionante que se alía con quienes quieren romper España, y una oposición debilitada y falta de figuras de envergadura, se ha convertido en el único referente de estabilidad. El único que ha plantado seriamente y con rigor a los independentistas a pesar del coste personal que ha tenido para el rey Felipe, que no ha dudado en mantener una posición inequívocamente firme ante los evidentes avances del independentismo.

Melancolía

El 2018 es un año negro que da paso a un 2019 en el que, los que quieren a España, los patriotas, han puesto sus expectativas. Se trata de un año electoral en el que coincidirán autonómicas, municipales y europeas y es probable que también las generales, aunque Sánchez reparte dádivas políticas y económicas entre sus socios de moción de censura para ver si consigue aprobar los Presupuestos y mantenerse así hasta el final de la legislatura. Tiene asegurados los de Podemos pero necesita a los independentistas, y nadie duda que irá más allá de lo que debe para conseguirlo, aunque sea presionando a las instituciones que hagan falta para que los independentistas le devuelvan favores y se muestren generosos.

Sánchez puede aprobar los Presupuestos, pero su partido va de capa caída, y también Podemos. El PP no está acertando con las políticas de nombramientos y con la línea que impone Pablo Casado, y se le están yendo los votos, a chorros, hacia Vox, extrema derecha populista que ha sabido comprender que la cantera está en los desencantados de los partidos tradicionales. Es la fuerza de Vox y también de Ciudadanos, cada vez más centrado, que este año, al fin, va a asumir responsabilidades de gobierno, un riesgo que no quiso asumir en la anterior legislatura. No fuera a ser que aparecieran casos de corrupción –imposible cuando no se gestiona– o de escasa preparación de sus dirigentes.

Este 2019 se configura por tanto como un año complicado por la de debilidad de los partidos que han sido referente en la historia de España de los últimos cuarenta años. En el que se van a producir sorpresas, un año en el que sin duda aparecerán nuevas figuras en los Gobiernos regionales y en el que Vox puede hacerse con la derecha si Pablo Casado no reacciona no ya para mantener el voto, sino para que no perderlo. Un año en el que Sánchez se puede convertir en el presidente más efímero de la historia o el que puede conseguir mantenerse en Moncloa no por méritos propios sino por deméritos de los adversarios. Un año en el que Cataluña, eso es seguro, seguirá amargando la vida a los españoles. A todos, incluidos los catalanes.

Faltan dirigentes de peso en la España actual. Ojalá aparezcan el año que comienza … o los actuales demuestren un sentido de la responsabilidad y un sentido de Estado que ahora mismo no se ve por ninguna parte en ningún partido. Pocos finales de año se han vivido con tanta melancolía,

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