Análisis

Rafael Salgueiro

Economista

La reacción nuclear que funde el mito del decrecimiento económico

La posibilidad de disponer de una fuente de energía ilimitada y no contaminante puede no ser una buena noticia para aquellos que creen que la única solución es reducir el consumo

La reacción nuclear que funde el mito del decrecimiento económico

La reacción nuclear que funde el mito del decrecimiento económico

ES una noticia extraordinaria que se haya logrado producir un proceso de fusión nuclear (isótopos de hidrógeno transformados en helio) que, una vez iniciado, es capaz de proporcionar más energía que la necesaria para mantener el proceso. Naturalmente, la aplicación práctica requerirá décadas de investigación y de desarrollo tecnológico a gran escala, pero lo importante es que se ha demostrado que será posible hacerlo. Esto puede cambiar nuestras perspectivas sobre la energía a largo plazo, haciéndonos independientes de la disponibilidad de combustibles fósiles y de las variabilidades del sol y del viento. Y también independientes de las externalidades negativas de las actuales fuentes negativas. Pero, sobre todo, el crecimiento económico podrá ser independiente de las limitaciones derivadas de las fuentes que utilizamos actualmente.

No hay crecimiento sin energía. Las transiciones energéticas que ya ha vivido la Humanidad se han traducido siempre en avances en el progreso económico. En crecimiento, en definitiva, que es la condición necesaria para que mejoren o puedan mejorar las condiciones materiales de cada individuo, ya sea porque se amplía su propio ámbito de oportunidades laborales o porque aumenta la capacidad provisión de bienes y de servicios públicos. Sin embargo, tal parece que la idea contraria: la de que el decrecimiento es posible e incluso beneficioso, esté ganando fuerza en la política mundial. No se analizan las políticas públicas en función de su contribución o afección al crecimiento, hacerlo casi parece de mal gusto y poco menos que irresponsable ante un objetivo superior que hasta hace pocos años era no dañar y preservar la Naturaleza y que hoy día parece ser volver a la vida salvaje.

Hace poco tiempo he reparado en una entrevista a un investigador del CSIC, publicada por Amnistía Internacional. Este investigador está profundamente implicado en la divulgación de los informes del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas y, particularmente, en tratar de concienciar a la población de los terribles males que ocurrirán si no se detiene casi de inmediato el uso de combustibles fósiles. Afirmaba que cada diez años el cambio climático causa más muertes que la segunda guerra mundial (entre 50 y 60 millones de personas, añado) y sostenía que “el modelo económico neoliberal capitalista no es compatible con la reducción de emisiones” y que, naturalmente, “hay que desmontar un sistema basado en el crecimiento ilimitado e ir buscando las vías para un decrecimiento económico y crecer en derechos humanos o mejoras sociales que no tienen huella de gases de efecto invernadero”. Por si acaso, el entrevistado afirma que es una conclusión científica, establecida matemáticamente y sin ideología, que el causante de los males es el mencionado modelo económico.

Este pensamiento no es singular, sino que está bastante extendido. En un reciente artículo publicado en The Economist se señalaba que el análisis de los manifiestos políticos emitidos desde los años 80 pone de manifiesto que han aumentado un 60% aquellos que contienen sentimientos anticrecimiento. Se ha desarrollado toda una teoría del decrecimiento económico, que sostiene que la disminución del consumo de bienes y de energía es la única forma de compatibilizar la sostenibilidad económica con la preservación de los recursos naturales. Y para ello habría que proceder a una disminución continua y controlada de la producción física, de modo que se establezca una nueva relación entre la especie humana y la naturaleza.

Supongo que quienes así piensan estarán alborozados sabiendo que la evolución del PIB per cápita en los países desarrollados es declinante: un 2,5% anual entre 1980 y 2000, frente a poco más del 1% anual desde principio de siglo. Se conoce que estamos en el buen camino, pero hemos de empobrecernos todavía más y las perspectivas son halagüeñas porque los dirigentes políticos occidentales están dispuestos a hacer cualquier cosa salvo emprender las reformas necesarias para estimular nuestro magro crecimiento.

El populismo es, simplemente, proponer soluciones simples a problemas complejos, y si caben en un tuit, mejor que mejor. Pero, claro, para ello hay que obviar las consecuencias que conlleva aplicar una propuesta populista, salvo para aquellos obtusos que creen que el crecimiento de los derechos humanos y las mejoras sociales salen completamente gratis. Los mismos que creen que para sostener el aumento del gasto público con fines sociales basta con elevar los tipos fiscales y perseguir el fraude, descuidando las políticas que animen el crecimiento económico. Lo malo es que en ningún país hay rentas personales elevadas y beneficios empresariales cuya exacción fiscal sea suficiente para financiar por si sola el aumento del gasto público, de modo que habrá que exprimir más a todos los niveles de ingresos. La alternativa es animar el crecimiento económico y aprovechar su traducción en ingresos fiscales, pero esto parece no estar bien visto. Y, desde luego, en los postulados del decrecimiento no se acepta que la ciencia y la tecnología puedan ser capaces de dar respuesta a los problemas que causa la actividad humana. Por eso quizá la posibilidad de disponer de una fuente de energía ilimitada y no contaminante puede no ser una buena noticia para todos aquellos que creen que la única solución es reducir el consumo de energía, porque son perfectamente conscientes (aunque no lo confiesen) de las grandes limitaciones que hay para lograr una electrificación completa y sólo basada en generación renovable. Baste tener en cuenta que 2021 los combustibles fósiles aportaron el 82% de la energía primaria consumida en el mundo, mientras que el aprovechamiento del sol y del viento solo aportó el 7%. En ese mismo año, el 61% de la electricidad generada en el mundo fue de origen fósil, frente a un 13% de generación eólica y solar (BP Statistical Review of World Energy 2022).

Por otra parte, claro que es pura ideología y de la peor especie sostener que la causa de los problemas es el tan denostado modelo neoliberal capitalista. Si así fuese, los países o las sociedades ajenas a este modelo vivirían en completa armonía con la naturaleza, pero esto quizá suceda en algunas de esas tribus aisladas que todavía quedan (y me temo que más que en armonía sobreviven defendiéndose de la naturaleza). No creo que el gobierno chino, por ejemplo, pueda ser tildado de seguir ese modelo –formalmente son todo lo contrario– pero su país es el mayor contribuyente al crecimiento de las emisiones apocalípticas, sin dejar de ser el país donde más se extiende la generación eléctrica renovable. Es sorprendente que no se reconozca que millones y millones de chinos han logrado salir de la miseria gracias a que su gobierno ha aceptado como útiles y beneficiosas para la sociedad algunas de las prácticas de las economías de mercado. Y es también sorprendente que no se reconozca que la característica distintiva de este sistema económico –el capitalista, si quieren– es que es perfectible, porque aprende de sus errores corrigiéndolos y consolida las prácticas que se hayan demostrado útiles.

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