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Apretad, hacéis bien en apretar!". El mensaje a los bizarros Comités de Defensa de la República (CDR) no provenía de un hooligan agazapado a golpe de teclazo en la red, sino de un tal Quim Torra, al año del 1-0. Con el rapapolvo penal del Supremo, el independentismo trona en las calles, impelido por la consigna de ese activista embutido en el traje de president, que sigue apretando. El apretao amenaza con más urnas, pero no para unas elecciones anticipadas como le reclaman sus socios de gobierno de ERC, sino para reeditar la consulta.

Siempre perseguido por la sombra del prófugo Carles Puigdemont, es un jefe del Govern que no gobierna, un sosias (un pirómano vicario como dice el gran analista José Aguilar) del exiliado (según la pomposa e indignante terminología secesionista), sin liderazgo y sin una estrategia sólida.

El despiste de Torra, atrapado en el bucle melancólico de la ensoñación independentista, se visualizó con nitidez la medianoche del miércoles. Acojonado ante el olor a pólvora que salía del Palacio de la Moncloa entre una neblina de medidas explosivas flotando en el ambiente como el 155 o la Ley de Seguridad Nacional, el atribulado (que venía de cortar una carretera en una de las Marchas por la libertad) salió casi de madrugada (tarde...) a la palestra para condenar tibiamente (... y mal) los graves desórdenes públicos de los radicales, que están destrozando la sonrisa pacífica que tiene a gala el independentismo para convertirla en una presuntuosa e impotente mueca de desdén atroz y altivo.

La revuelta independentista vaga ahíta de desconcierto sin una clara hoja de ruta (como dicen los modernos), con su incendiaria bicefalia entre Bruselas y Barcelona dando palos (valga la redundancia) de ciego. La violencia se está enseñoreando de las calles catalanas y el seny se va por las cloacas de una estrategia de pret-a-porter que se sacaron de la manga Torra, Puigdemont y compañía. Hechizando a "ilusionados ciudadanos" con un derecho a decidir que no era sino un "artificio engañoso" para movilizarlos y presionar al Estado. Tribunal Supremo dixit.

La cadena (no faltan las de los ultras) de tristes acontecimientos que se viene sucediendo desde este lunes con una sentencia menos dura de lo esperado antes de las filtraciones (los jueces finalmente mandaron a hacer puñetas el delito de rebelión, que habría redoblado las condenas) emponzoña una legítima protesta, que estaba escrita en mármol desde que acabó el juicio. Absolución o lío era (es) el mantra de la Generalitat. Y la movida se articuló con ese artefacto llamado Tsunami Democràtic, que alumbraron las principales fuerzas políticas y sociales del independentismo. Menos claro está si quieren revolucionar al Gobierno de Pedro Sánchez para forzarle a una reacción de democracia bananera (lo que le gustaría ver al apretao un tanque en la Diagonal..., como pide Vox) o si es el independentismo el que debe calmarse y restaurar su difusa imagen de resistencia pacífica, que se está quedando arruinada esta semana de pasión tan descontrolada como el president.

Lo que está escrito desde el minuto uno (no precisamente en hielo, como los buenos propósitos de Año Nuevo, que se deshacen según corre el calendario) es la manifiesta incapacidad de liderazgo de Torra. Este jueves tuvo una buena oportunidad de quitarse de encima ante el Parlament el sambenito de esperpento teledirigido, con alguna propuesta pertinente a la altura de las circunstancias. Nasti de plasti. El jefe del Govern, quizás más obtuso de lo habitual tras su caminata de la Marcha por la libertad con zapatos de tafilete del día anterior, nos dejó otro de sus siniestros sainetes: prometió un nuevo de referéndum de autodeterminación a lo largo de esta legislatura. El apretao sigue apretando, como el tonto que coge el camino, se le acaba... y sigue dale que te pego.

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