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PEGASUS es el nombre de un software desarrollado por el grupo NSO de Israel, que puede acceder a conversaciones, datos y control de cámara y micrófonos en móviles. Es quizás la empresa de tecnología de comunicaciones más influyente de Israel, valorada en más de mil millones de dólares, con 800 empleados, y muy controvertida; por una parte es el orgullo tecnológico del país, y por otra, se acusa a Israel de utilizarla para espiar a personas, y como intercambio político con gobiernos con los que quiere tener alianzas, como países árabes y entre ellos Marruecos.

Como suscriptor del The New Yorker leí el artículo: Cómo las democracias espían a sus ciudadanos, de Ronan Farrow y publicado el 18 de abril, que no aparece en la edición impresa. Farrow, hijo de la actriz Mia Farow y Woody Allen, es un reconocido periodista por sus investigaciones en acosos sexuales, que dieron el Pulitzer en 2018 a su revista; también ocupó cargos políticos en el gobierno norteamericano. Sin embargo, si se lee bien, el artículo que tanto revuelo causa no ofrece ninguna prueba de lo que se está hablando.

Farrow conoce bien los mecanismos de lo sensacional y el artículo está penosamente sesgado, con un comienzo periodísticamente vergonzoso sobre el victimismo separatista, ocultando que el llamado referéndum origen de los problemas de los últimos años es anticonstitucional no porque el gobierno sino la justicia española lo considera así. El único testimonio de que el teléfono de Jordi Solé fue infestado “unas horas en junio de 2020”, es el de Elies Camps, separatista y antiguo empleado de Whatsapp y Telegram, y se basa en “una aparente notificación de la seguridad social que usa el mismo formato que permite un vínculo a un virus que Camp ha encontrado en otros teléfonos”. Esa es toda la prueba, en un artículo que hace mangas con capirotes, y mezcla temas que van desde Boris Johnson como espiado, a guerras entre empresas.

El Gobierno norteamericano puso en su momento a NSO en una lista negra, y empresas como Whatsapp y otras se han querellado, lo que nos da tres ideas sobre este asunto. Una, que no es verdad que Pegasus lo tengan sólo los gobiernos, sino que las empresas cuyas aplicaciones son atacadas tienen mecanismos de retrocesión, anzuelos que tienden a quienes utilizan el virus, y son capaces de entrar, a su vez, en el campo del atacante; en este mundo de dobles agentes, las propias compañías pueden utilizar como prueba el virus en escaramuzas comerciales. Segundo, el virus puede estar disponible por otras compañías privadas creadas por antiguos empleados de NSO. Tercero, aunque afecte al ego del independentismo no veo que interés puede haber en espiarlos; más bien parece que la noticia sale para desestabilizar las relaciones entre partidos políticos en España, añadiendo aún más confusión al dificilísimo panorama actual, cuando más consenso hace falta.

Por último –no sé si tiene mucho que ver– recuerdo que en una visita que hicimos el consejo de Amper al entonces rey Juan Carlos I, le llevamos un teléfono desarrollado por la compañía, que rompía la señal al salir de un teléfono y había que recomponerla en el que la recibía, de manera que era imposible –en aquel momento– acceder a conversaciones, quizás indiscretas; lo probamos y funcionó, y han pasado tantos años que si esta tecnología ha seguido desarrollándose, no creo que hiciera falta recurrir a tecnología extranjera para entrar en un móvil hace dos años, un rato, no se sabe muy bien cómo, ni para qué.

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