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Su figura infunde poco o ningún respeto. Creen saberlo todo pero aún no han recorrido mundo. Y eso se les nota, aunque intenten disimularlo.

Buscan agradar a todos. Llegan temprano y se van los últimos. Culos inquietos, siempre tienen algo que hacer o que proponer. Disgustados cuando la tarea encomendada no es de su agrado, idealistas cuando de hablar de derechos se trata. Los becarios provocan a su paso todo tipo de reacciones.

Desquician cuando no atienden a razones ni escuchan ni llevan a cabo lo que se les manda. Vuelven loco a personal cuando, después de explicarles el procedimiento de una tarea, hacen oídos sordos y siguen como si tal cosa. Hacen que uno se cuestione el porqué de su existencia al ver el nulo conocimiento que tienen sobre lo que se supone que deberían ser expertos. Provocan molestias a sus responsables cuando les hacen perder el tiempo, su tiempo. Ese bien tan preciado que a cualquier trabajador le falta; todo tiene que estar hecho para ayer y no da abasto porque está solo.

Solo ante el peligro y con un becario a su cargo. Un becario que iba a ser Superman, el Mesías de la oficina, ese trabajador más a colaborar con la plantilla. Y resulta que no, que la criatura está verde, que no aprendió nada en la facultad, que no escucha y tampoco pregunta. Vino para ejercer y parece que hay que enseñárselo todo desde el principio.

Nosotros no éramos así. Habíamos aprendido tanto en nuestros años de formación que la tarea nos salía con los ojos cerrados.

Sabíamos qué hacer antes de que nos dieran la orden. Nadie nos regaló su tiempo, nadie nos corrigió y nadie hizo de nosotros lo que ahora somos. Ni siquiera hubo alguien que nos echó un capote cuando metimos la pata -nosotros no éramos de esos- ni nos pegó un empujón cuando quisimos tirar la toalla.

Nosotros sí que éramos Superman o Superwoman, seamos inclusivos. Por eso la presencia del becario a muchos le incomoda y si se puede prescindir de sus servicios, mejor.

Aunque a veces somos capaces de no edulcorar nuestros pasado y recordamos nuestros inicios reales, nos ponemos en la piel del que empieza y sentimos un pellizco de emoción al experimentar lo mágico que resulta poder enseñar a alguien.

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