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La caridad de las hermandades

Las cofradías tienen un amplísimo margen de maniobra en el campo de la caridad

NO conozco de nada a José Antonio Fernández Cabrero, pero desde que lo escuché por primera vez en cierta mesa redonda organizada por el CEU, pensé que personas como él, buenos gestores con amplia experiencia profesional y una visión más amplia de lo que por aquí se estila, eran importantes para el momento presente de nuestras cofradías. Que, además, un tipo de Cantabria y con esa pinta de filósofo despistado haya llegado a ser hermano mayor de La Macarena, nada menos, dice mucho de la tan poco valorada capacidad de las hermandades para adaptarse a cada época concreta, y que seguramente sea una de las principales razones para mantener una relativa visibilidad en un entorno social y político cada vez menos proclive.

La semana pasada, en el contexto de unos premios a la responsabilidad social empresarial a los que el Sr. Cabrero acudió invitado, éste en su intervención deslizó al parecer cierto reproche a las hermandades en general, a cuenta de su insuficiente participación en iniciativas sociales como la premiada. Como era previsible, tan pronto se dieron a conocer sus manifestaciones, empezaron a lloverle palos de todos los colores, hasta el punto de que el hombre se ha tenido que disculpar públicamente ante el resto de hermanos mayores y el propio Consejo. Una reacción excesiva por innecesaria, pero comprensible si lo que se pretendía es no dar más cancha a tanto ofendido de piel fina y teclado ligero.

Yo, sin embargo, sí creo que las cofradías en los tiempos que corren tienen un amplísimo margen de maniobra en el campo de la caridad, que vaya mucho más allá de la forma de trabajar que muchas de ellas, con la mejor intención, han tenido hasta este momento. Es más, es en este campo donde las hermandades, posiblemente, tienen más que aportar a la sociedad poniendo a su disposición el amplio capital material y humano que poseen, haciéndolo de manera eficaz y coordinada, apoyando proyectos compartidos que no sólo se limiten a sus respectivas zonas particulares de influencia. Es a esto, imagino, a lo que se refería el hermano mayor de La Macarena el otro día de forma más o menos acertada, la invocación de la hermandad como una verdadera comunidad de hombres y mujeres del siglo XXI, trascendiendo a su papel de mera depositaria de una tradición de siglos. Que no otro es su verdadero reto, lo diga uno de Santander o de la calle Relator.

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