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La crisis sanitaria nos enfrenta a la complejidad de la economía y, aunque sea obvio, no deja de sorprender el efecto devastador de unas semanas en que se interrumpe la actividad. Las producciones y servicios básicos, financieros, de comunicación, han respondido; sin embargo, de la paralización temporal surgen secuelas permanentes para empresas y personas. El Banco Central Europeo anunció el jueves una caída en la producción que puede llegar en el peor de los casos hasta el 12,6% en 2020, y el paro superaría el 12% en 2021; en España y sobre todo Andalucía, sería mucho peor. La recuperación se dará pronto, pero con daños graves para empresas y personas.

Hay al menos tres características de los sistemas complejos. La primera es que en ellos emerge un resultado diferente o mayor al de la suma de las partes. Un buen ejemplo es el de las moléculas del agua, pues por sí solas no presentan las características de la humedad, que sólo percibimos cuando esas moléculas se juntan y dan su forma familiar al agua. En economía es famoso el ejemplo de Adam Smith, que en el siglo XVIII mostró que la producción individual de alfileres, estirando y cortando el alambre, haciendo la punta, y poniéndole una cabeza, se multiplicaba por diez si se dividía el trabajo. Hoy todos dependemos de todos para algo tan simple como una mascarilla, incluyendo la materia prima, certificación de calidad, transporte, distribución, cambio de divisas, y venta. Esta especialización tiene ventajas, pero también inconvenientes, como hemos visto en la crisis.

En segundo lugar, los sistemas complejos tienden al desequilibrio; la compra o promoción de una vivienda siempre tiene sentido como decisión individual o empresarial, pero el resultado "emergente" puede ser una burbuja colosal; igual ocurre con el aumento de plazas hoteleras, establecimientos de ocio, o metros cuadrados de superficie comercial, por encima de la capacidad de una demanda sostenible a largo plazo. Una tercera cualidad de la complejidad es la adaptación, de la que Darwin nos dio preciosos ejemplos en los ecosistemas; con la crisis, los empresarios se han ido adaptando para sobrevivir, y han tomado decisiones incluso de forma diversa dentro de un mismo sector. Las instituciones empresariales hacen también, en general, lo que está a su alcance, como los estados con los medios que tienen, y sus condicionamientos políticos.

Un par de ideas podemos sacar; la primera, que los sistemas complejos son muy competitivos y en ellos sobrevive el más fuerte o mejor adaptado, por lo que la competencia es una fuente de creación y adaptación, pero también de destrucción, como ya se estaba viendo antes de la crisis con los conflictos comerciales entre países, entre proveedores y compradores, y empresas de tecnología pura y tradicionales. La otra idea es que los sistemas complejos, como ocurre en la naturaleza, sobreviven también por medios colaborativos y simbióticos; viendo la hermosa coordinación con que vuelan las bandadas de pájaros, o se mueven los bancos de peces, pensamos que no debe ser imposible buscar en nuestras instituciones, aun con sus antagonismos, formas de colaboración que supongan algo distinto de ver quién se come a quién, por muy natural que sea.

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