Al pregonero más joven de la Semana Santa de Sevilla algunos llegaron a titularle "el hombre de la gabardina de hierro". Hoy la quisiera vestir de nuevo, como parte del atuendo que le acompañará por los cuarentas días que ha de durar la senda cuaresmal del gozo y el dolor. Una férrea gabardina que ojalá pusiéramos de moda para que, impermeabilizados a las polémicas baldías, supiéramos centrarnos en lo fundamental, distinguiéndolo de lo accesorio, de lo que sobra, de lo que no es tan importante, dejando a lo trivial correr como las aguas de los ríos, que pasan y pasan y traen corrientes nuevas.

A la gabardina hoy añadimos una prenda más. Una coraza. Sí, de caballero medieval. Una coraza como aquellas que vestían los soldados del rey de Castilla cuando se estaban fundando en nuestra ciudad las cofradías de los Negros, la Vera Cruz, la Coronación de Espinas o la Santa Faz, la de Jesús Nazareno o el Gran Poder. Una coraza porque toca salir otra vez a la batalla. Es Miércoles de Ceniza y el mundo tiembla de miedo por los efectos de un virus oriental, como en los años de la Peste Negra o aquellas últimas del cólera morbo en 1885, cuando los del Real bordaron el manto morado de rogativas de la Pastora de Santa Marina escondido en el celeste que ahora luce en su procesión.

Una coraza para no temer, para ser valientes. Que la lleve cada uno como quiera: por debajo de la ropa de diario o por encima, que los hay más peleones unos que otros. Que la coraza de unos sea espiritual, otros física; pero salgamos todos bien pertrechados. Porque el enemigo de la crítica vana acecha; porque el fantasma del "eso cómo va a ser" nos aguarda, labios adentro. Coraza para las novedades y para lo inmanente de cada cofradía. Coraza para los hermanos de la Quinta Angustia (con su marcha al fin) y para los que quieren que el Cristo del Amor recupere la límpida hermosura de otro tiempo. Una coraza de ayuno y ceniza en nuestra frente.

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