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Decidir el futuro en función de circunstancias del pasado puede ser un grave error. "Estoy en paro. Llevo muchos meses sin trabajar y las oportunidades que me salen no tienen nada que ver con aquello para lo que me he preparado durante tanto tiempo, así que las he rechazado y sigo buscando". Si la causa del rechazo es la negativa a dar por perdido el esfuerzo invertido en formarse para un empleo que no va a aparecer, la insistencia puede ser una torpeza. Lo mismo la resistencia a cerrar el negocio que no funciona por apego a la inversión realizada y todavía peor sería pedir un préstamo, a ver si con más tiempo se arregla. O aguantar en la misma esquina a que aparezca un taxi, porque si nos vamos no habrá servido para nada el tiempo que llevamos esperando. El esfuerzo realizado, el capital invertido y el tiempo de espera son costes hundidos o irrecuperables y no deberían influir en nuestras decisiones sobre la mejor opción de futuro, que sin duda serían las de aceptar la mejor oferta de empleo, cerrar el negocio o buscar el taxi en otro sitio.

En nuestra psicología existe un componente muy poderoso que se resiste, al que Sócrates llamaba thymos. Tiene que ver con la dignidad, la vanidad o el orgullo y es una de las energías que, junto a la razón y el deseo, gobiernan la toma de decisiones. La psicología moderna lo engloba en el capítulo de las emociones, reconociendo que los costes hundidos pueden conducir fácilmente a persistir en el error, y la economía los declara culpables de episodios personales y colectivos de ruina. Si hubiésemos invertido mucho dinero en hacernos con una vacuna y luego vemos que sólo funciona a medias, lo racional sería aceptar que nos hemos equivocado y que nunca se va a recuperar la inversión. Insistir en ponerla por pura resistencia a aceptar la pérdida sería una necedad, además de perjudicial de cara al futuro. Sin embargo, la inclinación a dejarse influir por estas cosas es real y puede que también comprensible, aunque sea irracional.

Un caso paradigmático es el del independentismo catalán, perfectamente consciente de que el esfuerzo y los recursos empleados en el procés suponen enorme coste hundido. Puesto que difícilmente podrán nunca recuperarse, carece de sentido racional diseñar una propuesta política de futuro condicionada por la intensidad de los acontecimientos en esa comunidad entre 2017 y 2020. La estrategia de algunas opciones tendría, por tanto, apariencia de irracional, salvo que la fuerza del thymos catalán lleve a confiar en una importante cosecha de votos nostálgicos y a aceptar el elevado coste social de mantener un entorno tan hostil al progreso como el de una sociedad tan dividida.

Psicólogos y economistas demuestran la irracionalidad de permitir que los costes hundidos o irrecuperables influyan en las decisiones estratégicas, pero los políticos discrepan abiertamente. Hay que contemplar la posibilidad de otro tipo de beneficios, deben pensar. Entre ellos los electorales, incluso en el supuesto de que otros costes sociales, como el de ampliar la fractura social, puedan aparecer. Algunos episodios relacionados con la "memoria histórica" podrían también servir de ejemplo.

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